Un trienio de reforma constitucional
Publicado por galdo-fonte, Posteado enOpinión
Tomarse en serio la constitución, no es supeditar su contenido a las apetencias de los mercados financieros mientras se impide la participación y pronunciamiento de la ciudadanía
Este septiembre se cumplieron tres años de la aprobación de la reforma del artículo 135 de la Constitución, cuyo implícito, impuso de forma categórica el pago de los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones sobre cualquier otra necesidad de gasto; decisión, que a pesar de sus funestos efectos, contó con el padrinazgo de socialistas y populares, que afianzados en su alianza bipartidista, a las primeras de cambio, sus miembros, desertando de su cometido político pasaron a desempeñar el papel de «crupiers» en el turbio juego especulativo auspiciado desde el casino de la Troika, (FMI, BCE y CE), a través de su respaldo bilateral que cerró a cal y canto toda posibilidad al consenso social y a la celebración de la obligada consulta ciudadana que una reforma de tal calado exigía.
Siendo mas que evidente, que la anexión forzada de aquellos deberes al texto constitucional, trajeron por único y exclusivo resultado la imposición de las posteriores políticas de extrema austeridad, de recortes y regresión social, que como es bien sabido no se hicieron esperar como puso de manifiesto la oleada de privatizaciones en el contexto de una leonina política fiscal, que impidió desde su puesta en práctica preservar el gasto social, al igual, que aplicar medidas de crecimiento económico que hicieran posible combatir el paro de forma rotunda y eficaz.
Reforma por tanto, que tuvo por auténtica finalidad dar cobertura legal al afianzamiento del credo neoliberal y al rescate con fondos públicos de un quebrado sistema financiero, y todo ello, mientras los miembros de esa dualidad política se escabullían de hacer suyos los sacrificios exigidos al resto de la ciudadanía, y los miembros de la casta, disparaban sus beneficios de forma exponencial o en su defecto seguían elevando el factor multiplicador en los casos de evasión y fraude fiscal.
La ausencia de referéndum como aval social de aquella reforma exprés, hizo que la actual Constitución mas que de la ciudadanía sea la del «mejor postor», pues como queda dicho, la modificación de referencia se consumó en situación de déficit democrático al ser rechazada por la mayoría del espectro parlamentario toda posibilidad de plebiscito vinculante sobre el particular, al tiempo de consumar la vendetta de poner la política al servicio de los mercados financieros, que en síntesis, fueron los verdaderos instigadores de tan arbitraria iniciativa.
Exigir a los ciudadanos acatamiento a una reforma constitucional que no les han dejado votar, es desde todo punto de vista un anacronismo democrático
Incongruente alianza que como síntoma de rechazo hizo ahondar el abismo entre la ciudadanía y ese sector concreto de la clase política, al coincidir los hechos justo en el momento que el movimiento 15M, en auge reivindicativo, tomaba la calle a tiempo de reclamar mayores cotas de democracia real.
Entre otras cosas aparte de delatar una posición cada vez más desdibujada de la democracia, aquella reforma creó una erosión en el paradigma del constitucionalismo por el hecho de haber metido mano a su texto original al margen de las debidas garantías de pluralismo político y ciudadano, circunstancia, que causó que actualmente dispongamos de una Carta Magna sin vocación de continuidad; pues afectada por un proceso de domesticación económica, ciñéndonos a su actual contexto no será nunca una norma adecuada de convivencia, y mucho menos, la herramienta apropiada para plegar a unos poderes fácticos que auxiliados por el bipartidismo han tomado al asalto el pleno control de la misma.
En definitiva, la reforma exprés de 2011, no fue mas que otra pirueta en la deriva antidemocrática que puso de manifiesto el hacer político de los miembros del bipartidismo, caracterizado, por su función de simples intermediarios de decisiones políticas adoptadas en foros ajenos a aquellos en los que reside la soberanía popular; y todo ello, sin dudar hacer del parlamento el lugar donde refrendar formalmente las decisiones adoptadas por adelantado por clanes y grupos de presión que careciendo de toda legitimidad democrática imponen al dictado su voluntad a través de la mayoría que le reporta el voto cautivo de sus mas sumisos palafreneros.
Por tanto, cuando a los ciudadanos se les quita el derecho a decidir sobre aspectos de especial trascendencia que afectan a su propio futuro como resultó ser la tan inútil reforma de la Constitución, exigirles acatamiento a las modificaciones habidas es desde todo punto de vista un anacronismo democrático que demanda subsanación, de igual modo que la redacción del antedicho artículo 135 que requiere ser derogado de forma urgente por ser condición «sine que non» para impulsar el crecimiento y garantizar con ello la creación de empleo y el restablecimiento del Estado del bienestar.
Regeneración que en todo caso siempre quedará a expensas de los electores y de su pericia en saber votar.