Un horizonte de eternidades.
Publicado por rafagutierrez, Posteado enOpinión
Se llaman Novísimos a lo que sucederá al hombre al final de su vida: la muerte, el juicio y el cielo o el infierno.
La Iglesia nos lo recuerda especialmente durante el mes de noviembre.
A través de la liturgia, se invita a los cristianos a rezar y meditar sobre estas realidades.
San Juan de la Cruz habla del juicio particular de cada uno haciendo uso de una muy bella expresión:
- “A la tarde, te examinarán en el amor”.
- «Me hizo gracia que hable usted de la cuenta que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez -en el sentido austero de la palabra- sino simplemente Jesús». Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo.
Y del cielo podemos decir que es:
- «El fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre”.
- “El estado supremo y definitivo de dicha”.
San Pablo escribe, con evidente claridad:
- «Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman». (1Cor 2, 9).
En Forja, 995. Se nos dice:
- Piensa también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban… En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños:
- ¡Todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia…!
- Y sin empalago: te saciará sin saciar.
Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados.
A través del Catecismo de la Iglesia católica, 1030-1032. La Iglesia también recomienda en favor de los difuntos:
- Las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia.
Y en Forja, 1041. San Josemaría escribe:
- No quieras hacer nada por ganar mérito, ni por miedo a las penas del purgatorio:
- Todo, hasta lo más pequeño, desde ahora y para siempre, empéñate en hacerlo por dar gusto a Jesús.
Jesús habla con frecuencia de la gehenna y del fuego que nunca se apaga, reservado a los que, hasta el fin de su vida, rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo.
La pena principal del infierno es la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.
Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión:
- «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; más:
- ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mt 7, 13-14).
La resurrección de todos los muertos:
- “De los justos y de los pecadores» (Hch 24, 15), precederá al Juicio final:
- «Esta será la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz […] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación»
(Jn 5, 28-29).
Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último:
- El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
Y en Surco, 880. Vemos:
- Cuando pienses en la muerte, a pesar de tus pecados, no tengas miedo… Porque Él ya sabe que le amas…, y de qué pasta estás hecho. Si tú le buscas, te acogerá como el padre al hijo pródigo: ¡Pero has de buscarle!
Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres.
San Josemaría en “Es Cristo que pasa, 180” dice:
- El reino de los cielos es una conquista difícil:
- Nadie está seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran sus puertas de par en par.
De nuevo “Es Cristo que pasa, 126”:
- Cristo nos espera. Vivamos ya como ciudadanos del cielo, siendo plenamente ciudadanos de la tierra, en medio: de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios.
En la Iglesia Católica el mes de noviembre, está iluminado de modo particular por el misterio de la Comunión de los Santos que se refiere a la unión y la ayuda mutua que podemos prestarnos los cristianos:
- “Quienes aún estamos en la tierra”.
- “Los que ya seguros del cielo se purifican antes de presentarse ante Dios de los vestigios de pecado en el purgatorio”.
- “Y quienes interceden por nosotros delante de la Trinidad Santísima donde gozan ya para siempre”.
Y en el Catecismo de la Iglesia Católica, 1024. Se nos dice:
- “El Cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha”.
La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros
tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones.
Y para terminar esta frase del Catecismo, punto 955:
- “Pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados”
Y como reflexión final quisiera indicar que la eternidad es un gran, pero gratificante, misterio.
Y no un misterio: vacío, oscuro y hueco, sino un misterio: de amor, de felicidad, de gracia.
Un misterio a la medida de un Dios que todo lo mejor: lo puede, y lo quiere, para nosotros; porque nosotros tenemos la inconmensurable dicha de ser: sus predilectos, sus hijos, sus herederos.
Fuente: http://www.opusdei.es