Salgo a pasear de mañana y voy recorriendo en el trayecto varias paradas de Bus escolar. En ellas veo niños somnolientos, lo cual es normal, pero me parece observar, en general, caras serias, demasiado para unos niños tan pequeños.
Aun teniendo espacio para jugar y comunicarse, están quietos, “formales”, como abducidos parecen algunos. Y pienso, ¿será debido al influjo de la TV, que en muchas casas, según se cuenta, está encendida desde primera hora de la mañana hasta la madrugada? Para colmo, compruebo al pasar frente a un establecimiento que, desde la mañana, anuncian noticas luctuosas, de violencia, una tras otra.
Y me pregunto: ¿no nos daremos cuenta?, ¿sabemos en realidad qué queremos ofrecer a nuestros hijos? ¿Acaso un trabajo rutinario y resignado, como en general son los que desempeñamos, donde cada vez se nos limita más nuestra capacidad de decisión y se permite que aportemos menos de nuestra cosecha, pues para eso existen “expertos en la materia” que, nos venden, preparan programas adecuados para incrementar la eficiencia de nuestro trabajo. ¿Queremos seguir por este camino, o queremos Otra Cosa?
Si usted está leyendo esto, siente como verdad lo que digo y desea cambiar y dirigir su vida desde su propia reflexión, no lo dude más: ¡apague la TV y cuide la educación de sus hijos, no permitiendo que, como sucede bastante habitualmente, sean sometidos, pasivamente, a un proceso de adoctrinamiento. Con un fin que observando por encima la programación y contenidos de la hiper-presente TV, parece bastante evidente, hacer de usted y su familia un ser eminentemente pasivo y capaz de aceptar lo que le caiga encima sin rechistar. Pues, como se ha introducido y está de moda decir ahora: “es lo que toca”. Cuando en realidad, repito, es lo que desde determinados ámbitos están decidiendo “otros” para nuestras vidas. Saboteando nuestra propia libertad o capacidad de decidir.
Por lo tanto, repito el mensaje: ¡apague la televisión, juegue con su hijo y cuéntele historias! Historias que le salgan de dentro, de su “corazón”, de esa profundidad que pensaba ya no existía para usted, pues la vida, con sus crecientes trampas y enredos, programados, no le estaba permitiendo apreciar.