En la metáfora, Damocles, cuando vio que la espada pendía amenazante sobre su cabeza sujeta exclusivamente por el frágil pelo de la crin de un caballo, el pánico hizo mella en su apetencia de influjo y ante el riesgo de un trágico desenlace, decidió renunciar al disfrute de las excelencias que acompañan el ejercicio del poder, rechazando de plano el sueño de convertirse en mandatario.
Pero lo que fuera una anécdota moral utilizada históricamente para advertir de las implicaciones que acompañan al liderazgo, en nuestros días, aquella alegoría ejemplarizante ha quedado sobreseída; ahora, los profesionales de la jerarquía han despistado todo temor al riesgo por alcanzar la hegemonía, pues donde figurativamente pendía el peligro dañino de una hoja de acero, hoy triunfa el demérito en plácida avenencia con una tolerada y masiva corrupción.
Por eso, que afirmar que la democracia en España fue derrotada antes de iniciar su andadura, mas que una expresión extravagante es una apropiada respuesta a la realidad, una referencia precisa de lo evidente; pues a estas alturas, es manifiestamente perceptible que quienes tomando el testigo de la autocracia se comprometieron a abordar el cambio político, salvo honrosas y minúsculas excepciones, los figurantes, fueron lo peor de cada casa.
Siendo atroz consecuencia de tal afirmación, un comprometido historial de 36 años de permisividad a una perversión continuada y creciente, que en toda apariencia, sin distingo ni confusión, mas que el esperado cambio positivo fue la prórroga mimética de los rasgos mas característico de la dictadura franquista.
En una democracia ecuánime, seria impensable imaginar que fueran las urnas quien prodigasen la crispación y el estado de involución, quien primasen los hábitos degradantes y la victoria contra natura de la peor calaña política, y eso por insólito que resulte, es lo que repetidamente, por mala praxis y manipulación electoral viene ocurriendo en nuestro ordenamiento.
Alarmante tendencia que urgentemente es obligado invertir por imperativo de regeneración, para así, de una vez por todas erradicar los malos hábitos políticos, situando a los titulares de la decadencia y a sus organizaciones de pertenencia en el ámbito de la marginalidad, que por salud democrática le pertenece a quien son los principales culpables del actual estado de postración.
En una democracia ecuánime, seria impensable imaginar que fueran las urnas quien prodigasen la crispación y el estado de involución
Mas que nunca, el país necesita y merece ser gobernado por gente decente, pues ya basta de estar dirigidos por individuos sin código de conducta o indiferentes a las reglas democráticas; de representantes del arco parlamentario que tras las siglas de sus partidos, sin el mínimo pudor, utilizan fraudulentamente los rendimientos electorales para impregnar la política de indecencia e inmoralidad.
Es mucha hora de higienizar el estercolero político, cuya inmundicia salpica por un igual tanto al PSOE como al PP; es una emergencia el poner punto final a los continuos y vergonzosos casos de corrupción que cercanos a los dos millares tienen en el Bárcenas y los EREs los referentes de actualidad; todo un cóctel explosivo que de no desactivarse a tiempo, mas pronto que tarde, por el arrastre de sus consecuencias, además de llevar al país a la mas profunda ruina económica e institucional, amenaza con provocar un conflicto social de primera magnitud con riesgo implícito de revueltas violentas.
Ahora son inútiles las pantomimas parlamentarias, de ahí que resulte esperpéntica la última sesión de la cámara, un insólito debate entre corruptos, donde lo pestilente se entremezcló con lo vomitivo. Un fingido enfrentamiento entre el PP y el PSOE, cuando la percepción generalizada es que entre ellos no existe distinción y que ambas organizaciones, conjuntamente, conforman la mas infecta casta política imaginable.
Por eso aunque ambos nieguen implicaciones, y objeten entonar un mea culpa, mea máxima culpa, .lo cierto es, que el veredicto ciudadano ya está emitido y en su parecer los desengañados electores manifiestan una total retirada de confianza por pérdida de credibilidad. De ahí que Rubalcaba y Rajoy con su «duelo de titanes», podrán negar en sede parlamentaria lo a todas luces evidente, podrán engañarse a si mismos; pero jamás convencerán a los millones de electores que han abierto una brecha con sus formaciones, dando una respuesta de indignación y rechazo ciudadano, que pronostica cambios radicales en los resultados de las próximas citas con las urnas, un desplome que amenaza la omnipotencia de un desastroso bipartidismo.
Con todo, lo grave de esta corrupción «en diferido» no es tan solo ser el punto de encuentro de la degradación política, sino además la repercusión de su coste social, y el impacto de sus efectos en la calidad de vida de los ciudadanos, por ser aspectos influyentes en el diseño de un futuro de progreso.
El actual estado de crispación tiene por único remedio un proceso de regeneración política, y para ello, es condición «sine qua non» que la espada vuelva a pender sobre la cabeza de Damocles