San Josemaría con Álvaro del Portillo, que en la época de la Guerra Civil era uno de los miembros de la Obra que permanecía en Madrid. Años más tarde se ordenó sacerdote y a su muerte se convirtió en el primer sucesor del Fundador al frente del Opus Dei
Don Álvaro del Portillo convivió con el fundador del Opus Dei: San Josemaría del año 1935 hasta su marcha al cielo en 1975. Muy pronto se convirtió en su ayuda más firme. El 25 de junio de 1944 fue ordenado sacerdote. Desde entonces se dedicó enteramente al ministerio pastoral, en servicio de los miembros del Opus Dei y de todas las almas. Podemos hablar de él como de un contemplativo itinerante. Su servicio infatigable a la Iglesia se manifestó, además, en la dedicación a los encargos que le confirió la Santa Sede como consultor de varios Dicasterios de la Curia Romana y, especialmente, mediante su activa participación en los trabajos del Concilio Vaticano II.
San Josemaría con Don Álvaro del Portillo
Su amor a la Iglesia se manifestaba por su profunda comunión con el Papa y los Obispos. Su caridad con todos, la solicitud infatigable por todos en el Opus Dei, la humildad, la prudencia y la fortaleza, la alegría y la sencillez, el olvido de sí, el ardiente afán de ganar almas para Cristo, reflejado posteriormente también en el lema episcopal —regnare Christum volumus!—, y esto junto con la bondad, la delicadeza, la serenidad y el buen humor que irradiaba su persona, son los rasgos fundamentales que componen el retrato de su alma. Fue una persona de una gran belleza interior: un hombre de Dios.
Don Álvaro del Portillo
El centró toda su existencia en llevar a la santidad a todas las personas, cualquiera que fuera su clase y condición. Enseguida entendió el mensaje que años antes había recibido San Josemaría. Nunca tuvo duda de su vocación, ni de cuál era su camino. La certeza de la llamada, que él recibió, estuvo siempre presente en su vida como una luz, fuerte e intensa, que cada día iluminó sus acciones. Y desde entonces trabajó con intensidad, pero calladamente, con mucha humildad, escondido pero dando vigor y fuerza a esa Obra que había nacido en Madrid en 1928.
Don Álvaro en México
Para poder dedicar su vida a llevar a cabo su vocación al Opus Dei lo dejó todo: profesión, familia de sangre, amistades, lugar de residencia …; y se empeñó en seguir con firmeza la llamada que había recibido de Jesucristo; no vaciló nunca: ni ante la prontitud de la llamada, ni ante el desconocimiento lógico que aún tenía del Opus Dei, ni por el poco tiempo que llevaba con su fundador San José María, ni ante la decisión de dejar a la familia. La luz que recibió Don Álvaro fue implacable, era un programa para toda su vida; él entendió desde el principio que tenía que renunciar al matrimonio, a los hijos, a la vida en familia formando un hogar cristiano; Dios decidió para él otra cosa, otra cosa desconocida aún, ambigua, ciertamente inquietante, y exigente; muy exigente: pues era necesaria la renuncia de todo. Don Álvaro sin embargo desde el principio oyó la voz de Jesús que le decía: “sígueme” y con esa “ceguera” de no saber por qué y para que, se lanzó a aquella labor apasionante pero novedosa.
Álvaro del Portillo con Juan Pablo II
La Obra estaba sin hacer y requería exigentemente ponerla en marcha. San Josemaría y Don Álvaro estaban en España y corría el año 1935, eran unos años difíciles en los que la Iglesia estaba continuamente atacada: en aquel tiempo se quemaban iglesias, conventos, lugares sagrados y colegios que tuvieran relación con el cristianismo; mataban a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a muchos cristianos comprometidos; todo en un intento brutal, que era apoyado por muchos ciudadanos, para eliminar a los cristianos; la crueldad fue tremenda y las dificultades muy, muy grandes; fueron los comienzos de la guerra civil española; y San Josemaría en aquellos tiempos rodeado de algunos jóvenes entre ellos Don Álvaro tenía que hacer el Opus Dei.
La alegria de los santos
Para aquel cometido necesitaban lo que después quedaría como lema: “Dios y audacia” Dios era imprescindible pero la audacia también. Y Dios, entre otros jóvenes, para estos comienzos tremendamente difíciles y escabrosos eligió a estos dos “personajes” inigualables y trascendentes para hacer su Obra y en medios de las vicisitudes más increíbles, en medio de dificultades insospechadas comenzaron la labor, como dijo San Josemaría años después: “no había nada, estaba todo por hacer”; sólo había: “juventud y buen humor” y además la fortaleza de dos hombres de Dios y de otros jóvenes que estaban también dispuestos a dar la vida por Cristo y a comprometerse firmemente en hacer el Opus Dei. Dios dispuso que los comienzos del Opus Dei fueran en España y además con estas terribles dificultades; dificultades tremendas que sirvieron para: “Anclar en roca firme” el espíritu universal del Opus Dei.
El Papa Juan Pablo II reza ante el cadáver de Don Álvaro
Nunca podemos olvidar que estos fueron los comienzos; años muy, muy difíciles. En aquellos años para emprender aquella labor se necesitaban Santos, Santos de altar, Santos de los pies a la cabeza. Y aquí los tenemos: San Josemaría, y el que pronto el 27 sep. será el Beato Álvaro.
Referente a Don Álvaro en este año celebramos: el día 11 de marzo el centenario de su nacimiento: 1914; el día 23 de marzo los 20 años de su marcha al cielo: 1994; y como hemos dicho en septiembre su beatificación; por lo tanto un año importante: 2014 para recordar en la vida de un hombre también importante Don Álvaro del Portillo.