Un hombre con talante, dicen algunos, un político íntegro, un presidente valiente, el gran soñador que nos regaló a todos un futuro más justo, se dicen grandes cosas de Adolfo Suárez estos días en los que la prensa y la televisión recorren su memoria. Yo no puedo deciros nada nuevo, la mayoría de los universitarios de hoy nos conformamos con haber oído algo sobre su trayectoria política en las lecciones de historia de la transición, como mucho, los amantes de la historia o de la política española, lo investigan o leen sobre su vida, pero por lo demás, tenemos una visión lejana y general de aquel hombre que nos propuso luchar por una España mejor, cada día mejor.
Oigo las últimas retransmisiones de sus discursos en el documental de TVE del domingo de su muerte, y solo me surge una pregunta ¿Por qué hemos dejado de escucharle?, ¿Se va el maestro de la democracia y ya no nos sirven sus enseñanzas? ¿Se nos ha olvidado esa España gloriosa que tenemos la responsabilidad de perseguir?.
¿Cómo vamos a luchar por algo que no conocemos? Porque ¿Quién habla hoy de España? ¿Qué nos enseñan nuestros políticos a los jóvenes? Nada, absolutamente nada. Se habla de becas, de paro, de crisis, de discriminación, del rey, de los andaluces, de los catalanes… De todo menos de España. No vamos a crecer nunca pensando tan mal de nosotros mismos, porque si no creemos que podemos, no podremos nunca. Falta hacer crecer en nosotros, los jóvenes, eso que hace que el país pequeño gane al grande, que rompamos moldes, que dejemos de contar esas cifras que nos encorsetan, que un país no son sus estadísticas. “¿Quién nos ha puesto el sello de la mediocridad?” nos decía uno de mis mejores profesores, tiene razón, nadie nos ha condenado, no debemos hacerlo nosotros.
“Ya hemos perdido esa manera de hablar”, me dicen resignados algunos compañeros de la facultad. ¿Es que nadie se da cuenta de que no se trata de retórica?. Que esa España de maravillas, de la que hablaba nuestro presidente, es una realidad que aún está por alcanzar, y que tenemos que soñarla todos juntos con todas nuestras fuerzas. ¿Y porqué tanta indiferencia? Nadie cree que los políticos puedan ser honrados, nadie piensa que la culpa de la crisis sea suya, nadie tiene ganas de ensuciarse las manos por lo que cree correcto, nos hemos olvidado de seguir mejorando y parece ser evidente la respuesta al porqué de la desesperanza de los españoles.
¿Alguno de nuestros jóvenes sabe qué es un buen político? Algunos dirán: ¡el que no robe!, ¡el que no mienta!, otro, un poco más exigente dirá: ¡que nos saque de la crisis!, ¡que mejore la educación y la sanidad!. Vale y yo pienso: ¿Ya está? ¿Solo podemos exigir eso, las generaciones del futuro? Pues nada, dejemos todo el trabajo a los políticos y el resto, vamos a vivir, que son dos días. Ya no nos acordamos de que España es más nuestra que de nadie, y que está en nosotros luchar por ella.
El buen político, lo más importante que tiene en su agenda diaria, es seguir alimentando sin descanso ese sueño español en los demás, recordándole al pueblo todos esos valores por los que merece la pena sufrir y luchar; siendo un guía para todos, el que sabe encaminar nuestros esfuerzos porque tiene siempre presente el horizonte. También sabe exigirnos cuando no hacemos bien las cosas, cuando falta esfuerzo o fe en la meta.
“ El reto actual consiste en admitir que somos como somos, en empeñarnos en mejorar cada día y en levantar el país a base de trabajo, capacidad autocrítica y espíritu de sacrificio. La nueva frontera, en una palabra, no está lejos de nosotros, sino dentro de todos y cada uno de nosotros mismos. Hemos de saber encerrarnos en esta identidad definitoria para plantar sólidamente las raíces del gran pueblo que todos juntos podemos ser.
Y tenemos voluntad, fortaleza y experiencia política para serlo. La oportunidad histórica para lograrlo se conjuga ciertamente con una serie de dificultades económicas y sociales que podrían tratar de impedirlo. Mas lo que importa es elegir correctamente y apostar por la justicia y la equidad con tenacidad y con eficacia en vez de turbarnos por el verbalismo y la frivolidad.”
(«Discurso de Investidura» pronunciado el 30 de Marzo de 1979)
Si, es cierto, hemos perdido esa forma de hablar. Hemos dejado de exigir una política fundada en el respeto y la búsqueda de la concordia, del trabajo de todas las fuerzas políticas en una misma dirección y desde todas las formas de pensar. Cuanto daño han hecho las palabras mal intencionadas, que pésimo ejemplo hemos dado a las futuras generaciones, que ni se interesan ya por la política, ni tienen siquiera un atisbo de fe en que los gobiernos puedan hacer algo mejor por ellos. Pues nada, todos a estudiar y a trabajar fuera, porque ¿para qué luchar por una causa perdida? Que se hunda España, no me importa.
Los que tienen la capacidad de actuar no sienten la responsabilidad de hacerlo, porque no hay amor, y solo por amor encontramos razones para sacrificarnos. Es que ser patriótico es muy fácil si no tienes nada que perder, pero ¿y los que tienen un futuro prometedor que perder? ¿Qué pueden prometer los político a estos que tienen la capacidad de cambiar las cosas? ¿Menos paro? Vaya, seguro que más de uno se lo piensa dos veces antes de irse. Las cifras son los indicadores del cambio no la meta, las cifras no dan la felicidad a nadie. Las vidas plenas y coherentes, el amor, y la comprensión de una causa más grande que todos nosotros, es lo que alimenta un país. Lo común con mayúsculas, ese territorio mental que es la utopía española en la mente de cada español.
Como no empiecen los políticos a hacer campaña para proteger eso tan valioso que tiene este país, ese ideario común de fraternidad y amor por todo lo que sea España, pensando siempre en el todos, que es nuestra versión más fuerte, y mirando siempre hacia delante, me temo que no vamos a salir nunca del hoyo. No es la situación más difícil a la que nos hemos enfrentado y de otras peores hemos salido, por eso no hay espacio para el pesimismo ni la desesperanza, tampoco para el pensamiento de que no está en nuestras manos sino en las de los que son más poderosos que nosotros.
Que no está de más soñar un poco y lamentarse menos, ni tampoco sufrir un poco más y ganar un poco menos. Que volvamos a esos tiempos donde ver y oír política era un espectáculo poético que hablaba del gran país que somos y no de una panda de bobalicones riñendo. Que oyendo a los políticos hablar nos sintamos mal por no ser lo que ellos esperan que seamos. Que pensemos si estamos haciendo todo lo que tenemos la capacidad hacer y que empecemos a confiar en nosotros y a trabajar al servicio de nuestros hijos y de los hijos de todos los españoles.
“Creemos, en una palabra, que la política debe ser una parte noble de una sociedad viva y actuante, no su condicionante o el inicio de su disolución en el seno de una organización burocratizada y deshumanizante. (…)
Y todo ello con el designio final de contribuir decididamente a la construcción de un orden social dinámico, progresivo y solidario que, por favorecer la libertad plena y real de los seres humanos contemplados en sus concretas circunstancias vitales, sumerja a España plenamente en el proceso de la Historia, entendida como historia de la libertad de los hombres”
(«Discurso de Investidura» pronunciado el 30 de Marzo de 1979)
Si, hemos perdido esa manera de hablar.