Pórtico de la Semana Santa en Andalucía
Publicado por rafagutierrez, Posteado enOpinión
La cuaresma en Andalucía se vive de una manera muy especial, teniendo en cuenta los triduos y quinarios que se celebran en honor de los titulares de las hermandades y cofradías de la Semana Santa.
Por otro lado se viven con intensidad los preparativos; los costaleros hacen sus ensayos y los vemos un día y otro vibrantes, dando calor humano y espiritual a las calles en estos días todavía fríos del invierno.
Los costaleros, a mi entender, son las personas más singulares de la Semana Santa, sin ellos nuestra rica tradición quedaría bastante mermada; pues son los pies que en perfecta armonía sincronizada, con la música o en perfecto silencio, mueven majestuosamente esa maravilla de tronos que componen uno de los grandes tesoros de nuestra rica tradición religiosa y popular.
El esfuerzo de nuestros costaleros, la intensidad que ponen a la hora de superar las dificultades, el entusiasmo con que lo viven todo, las horas y horas de dedicación y que además hacen con amor y cariño, la sincronización esmerada para que todo salga a la perfección, la delicada veneración que tienen a Jesucristo y a la Virgen, la hermandad y fraternidad con la que conviven, y tantos y tantos detalles hacen de los costaleros el personaje primordial de esta nuestra Semana Mayor.
El sacerdote, predicador de uno de estos triduos de este año, en el día dedicado a los costaleros, les decía que la actividad que realizaban era una vocación y no una afición, dándole así un realce importante a su misión dentro de la cofradía y valorando de una manera singular su “sagrado” trabajo; trabajo que tenia que ser paciente, realizado con esmero y delicadamente, para de esta manera poder convertirse en un acto, muy, muy valioso; un acto que acabara encendiendo a la gente en la calle en su amor a Cristo.
Los costaleros son los pies del Señor, son en cierta manera cirineos que ayudan al Señor a llevar la cruz; son también los pies de María Santísima, que sufre viendo el dolor penetrante en la vida de su Hijo.
Por nuestras calles, a lo largo de toda la Semana, discurre el paso de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra Santísima Madre y gracias a muchos cientos de hombres, en cada
ciudad, ese discurrir alcanza una gran belleza: esquinas, callejas, cuestas empinadas, rincones llenos de tipismo, jardines, atardeceres encantadores, noches oscuras pero llenas de vida, lugares emblemáticos, todo ello sintoniza para ver el paso de nuestras sagradas imágenes. El fervor nos inunda, el alma se llena de entusiasmo, el corazón palpita; no podemos hablar para expresar el fondo de nuestro hondo sentimiento; y esto alcanza su máximo expresión por la labor callada, exigente e insustituible de esos hombres que ocultos realizan un trabajo excepcional. La gente venida de lejos no entiende aquello, pero descubre también la maravilla y preguntan para informarse, y se les explica, pero es difícil explicar la raíz profunda de tan honda tradición.
Todos se quedan anonadados, boquiabiertos, mudos al contemplar el sereno pasar de unas imágenes de incomparable belleza.
Cuarenta años, setenta años, trescientos años, quizá no sepamos ni la valía ni los años de cada una de las imágenes, quizás tampoco su autor, lo que sí sabemos es que necesitamos llorar para expresar nuestros sentimientos y necesitamos rezar y necesitamos sentir el silencio entre el ruido bullicioso de la calle y de la gente.
Todo se sintoniza en este acorde extraordinario que constituye nuestra tradición callejera, tradición religiosa y popular, tradición incrustada en nuestra alma desde nuestro nacimiento, tradición viva y operativa que nos hace desligarnos de las realidades terrenas para encontrarnos de frente, de tú a tú con nuestro Señor o con nuestra Madre.
Pasamos horas y horas, ininterrumpidamente en la calle, sin notar el cansancio; las calles son distintas, el ambiente muy especial, la gente vive sumergida: entre la alegría y la tristeza, entre la realidad, el sentimiento y la pasión; todos vivimos sumergidos en una vivencia distinta: los nazarenos, la cera, el incienso, las insignias, la música; todo nos envuelve en un hábitat distinguido, es el hábitat de Dios, de un Dios cercano que quiere callejear con nosotros y conocer de cerca todo lo nuestro.
De un Dios que nos busca para amarnos y para que le amemos; de un Dios que quiere seguir dando la vida por nosotros para que definitivamente cada uno, cuando nos llegue la hora, lleguemos al Cielo: nuestra definitiva patria.