Cartas al Director

Señor Director:
conozco a Maximiano Errázuriz desde que estudiamos juntos el examen de bachillerato, antecesor de la prueba de actitud académica o comos se llame ahora. Luego estudiamos juntos en la Facultad de de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Hicimos juntos la carrera de derecho y pertenecimos al movimiento gremialista, antídoto de la hegemonía que en ese momento desempeñaba la democracia cristiana. Luego, fuimos compañeros de cátedra en la Universidad Gabriela Mistral, donde el dictaba los cursos de Derecho Romano y yo de Historia del Derecho. Siempre fue un hombre honesto y con una profunda vocación social. Estoy seguro que los errores por los cuales hoy se le ha condenado son frutos más bien de su deseo de ayudar a los demás que de lucro personal. Hace tiempo que el devenir de nuestras historias personales nos alejaron. Yo, me he concentrado en la defensa del medio ambiente, y él, en la política partidista. Idiológicamente podríamos estar hoy lejanos pero el respeto mutuo a las opciones de vida sigue vigente. Por eso, en este momento en que la opinión pública lo hace un chivo expiatorio de los desaciertos que pudo haber cometido, deseo hacer una defensa de la consecuencia con sus ideales. Es una gran persona y merece el respeto que su trabajo como parlamentario ameritan. Estoy seguro que en su actuar no buscó el prebendas `personales aunque, formalmente, haya incurrido en actos que han sido calificados por la justicia como delitos. Su apoyo a los más desposeídos fue una constante en su actuar. Por ello, más allá de nuestras diferencias, deseo dejar constancia del respeto que le tengo. Recuerdo las palabras de Jesús a la Magdalena: «Porque has amado mucho tus pecados te son perdonados». Esa es justicia Divina, no humana. En estos momentos difíciles para él y su familia, quiero levantar mi voz en contra de la hipocresía de los que hasta hace poco eran sus camaradas y amigos y hoy reniegan de él. Chile ha perdido a un gran hombre público.