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sábado

15

febrero 2014

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Las madres nuestro gran tesoro.

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images (1)Micaela: mi madre, nació en Andújar, el año 1928, el 27 de junio, en el día del Perpetuo Socorro; siempre vivió en Andújar, Jaén, Andalucía, excepto los largos periodos de enfermedad. Murió en Madrid, un 13 de diciembre, día de Santa Lucia de 1976; tenía 48 años.

Ese día, festividad de la patrona de los ciegos, ella vio la Luz: una gran Luz.

¡Quizás por la fuerza de su gran amor! ¡Quizás fue por ello! Su corazón se paró; se paró de golpe, en un instante tan breve como eterno, en un instante que fue combinación – explicable o no- entre lo fatídico y lo glorioso.

De profesión estanquera, estanquera de las que nunca fumó, era además: esposa y madre de 6 hijos, todos iliturgitanos. Cuando ella murió sus hijos teníamos: 7, 16, 19, 21, 23 y 24 años. Era una Cristiana, devota de la Virgen de la Cabeza y siempre muy cercana a los pobres y a los enfermos; sencilla, alegre, cordial y amante de la vida y de la Vida. A todos sus hijos nos inculco: la belleza, la grandeza y la majestad de un Jesús que nos ama.

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Ser madre es amar y saber comprender y perdonar.
Antes que nada, es la espera del niño y el amor hacia él, niño aun no nacido. El primer sentido que notas cuando él viene al mundo, es la caricia y ternura.

Un día, ya mencionado, Dios se fijo en ella, y ese día, ese su querido y amado Dios: se la llevo, se la llevo con ternura, pero se la llevo y ello dejo en nosotros: una lágrima y un triste y largo suspiro; suspiro que en muchos momentos pareció eterno.

Hoy los dos: Mi padre y ella, han alcanzado ya las refrescantes praderas del vivir eterno, la Jerusalén celestial, la galaxia mas indescriptible y más deseada de un cosmos para nosotros absolutamente desconocido; ellos están allí, donde la Esperanza se funde en perfecta armonía con la Fe y el Amor; es la sublime perfección del enlace trinitario de las 3 virtudes; ellos, están -llenos de gozo- en el privilegiado lugar: donde la caducidad se transforma en infinitud, donde -por la fuerza que brota de la alegría- el llanto se desvanece, y con él: el decaimiento y la tristeza.

Antonio y Micaela: siguen siendo para nosotros, sus hijos, un pilar solido de Vida y Amor; siguen siendo antorcha luminosa en las oscuras noches; siguen siendo el horizonte frondoso de un bello paisaje; siguen siendo excelsos mensajeros de un valioso legado; siguen siendo -para finalizar- como las palpitaciones entusiastas de dos corazones vibrantes que se unieron con el solo fin de obtener una buena y rica cosecha del mejor amor.


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