La fábrica
Publicado por Alfonso González Varela, Posteado enartículo personal, Opinión
Las arcas de la inteligencia habían quebrado en la tierra de la explosión urbanística. Podías encontrar exiliados con letras novicias, vagabundos expertos en física cuántica, trotamundos que antaño ejercieron como ingenieros. La inteligencia había sido enterrada por el peso de la moneda.
Años de sacrificio habían dado a luz un fruto putrefacto, que maduraba noche tras noche en las fábricas de las ciudades más ricas del mapa. En estas no existían nombres, ni rostros, no existían nacionalidades, tampoco belleza ni estudios. Tan sólo el supervisor ahogado en coca que observaba con paciencia y desprecio la mano de obra recién llegada. Tan sólo físico y agilidad para desempeñar la función otorgada. Los voluntarios para vender su alma y salud al corazón de la fábrica eran explorados con la similitud con que un comprador de carne fresca mira los dientes a un ternero para asegurarse de que su estado de salud es el adecuado.
Tras ser seleccionado, una bata azul empapada en sudor y hedor a fruta pasada. Dos botas de seguridad, cuyos números y modelos nunca conjuntaban. Una reja para el pelo, otra para la barba, dos guantes quebrados antes de siquiera sacarlos de la bolsa, y un casco de supuesta seguridad.
Y entretanto, ibas uniformándote: la bata podía significar que tu corazón y tus pulmones ya no eran símbolos de vida, sino de atadura. Los guantes, expulsarían de tus entrañas los recuerdos más hermosos al tacto de una mujer. Las rejillas, te harían sentir enfermo, o enfermado. Las dispares botas, un afligido ante la miseria. Y el casco, enraizaría tu pelo lentamente, hasta absorber toda la atención de tu sistema y transportarte directamente al campo de batalla.
Y poco a poco, te habían robado tu identidad. Ahora todos habíamos sido ultrajados y transformados en máquinas. Insustanciales y triviales habíamos sido transportados a una sala de unos 200 metros cuadrados. Las cámaras privaban a los mecanizados trabajadores de intimidad laboral, aquí estábamos todos más vivos que nunca, y estábamos todos muertos. La conexión entre mente y cuerpo había sido guillotinada por el supervisor ahogado en coca, la mente oprimida daba paso al físico de un cuerpo mecanizado y atizado por los gritos agonizantes de la cadena de montaje.
Fdo: Un Hipócrita
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