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febrero 2013

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EL auténtico caballo de batalla de la Rebelión Social

Publicado por , Posteado enOpinión

La falta de solidaridad existente y el sistema de dominación que padecemos no es una cuestión que atañe solo a los «ricos», sino al hombre en general y su falta de comprensión de lo que significa vivir en colaboración y desde la confianza mutua, que recompensa infinitamente más que vivir desde la competición constante y el miedo al otro. Este miedo y esta competición por los recursos son las que llevan a la avaricia. Esta avaricia, por tanto, procede del miedo al otro, del que nos consideramos competidor, enemigo por principio, y crea en nosotros sed de acaparación (pues no va a llegar para todos –conciencia de escasez–, por lo que tenemos que competir con el otro, que es el enemigo, por los escasos recursos). Sucede, además, que cuanto más rico se es, más poderoso se siente uno, y ambicionar ese poder –que es un sucedaneo de la satisfacción que supone vivir en armonía y compartiendo– se acaba convirtiendo en una enfermedad que no suele tener fin (bueno, al final sí, pero resulta dificil salirse de toda una vida… Y sí, se suele intentar reconciliarse uno con Dios o la Existencia creando Fundaciones o haciendo otras obras de «caridad». Vamos un pequeño chantaje para no ser castigados por avariciosos). Por tanto, no es querer más dinero solo lo que mueve a la gente rica, sino el poder que ello supone y que se convierte en una especie de droga que cada día le reclama más y más. Además, como el rico insolidario ha minado su camino (no ha aprendido lo que significa disfrutar de otras facetas en la vida, ni lo que conforta colaborar, ni conoce la satisfacción de compartir y vivir con desprendimiento, pues solamente ha aprendido a competir y explotar al otro), se vuelca en la única vía que conoce, que es la de la consecución de poder, que le exige además estar siempre por encima de los demás y someterlos. Este ser humano «rico» (pobre ser humano en el fondo y disfuncional) que se siente aislado de cariño y en guerra constante con el resto, que se parapeta tras la insignificancia de su ego –su yo pequeño–, no es capaz de conocer otras realidades. Como la que proviene, por ejemplo, de la experimentación del Yo Grande que, en vez de suponer encogimiento y parapetarse tras su pequeño caparazón, se expande y se da a los otros (desinteresadamente además); que crece y crea con los otros y es capaz de experimentar entonces, y solo entonces, lo que es ser un auténtico «ser» humano. Para poder experimentar ese Yo Grande y expansivo, es condición indispensable renunciar al yo pequeño, constreñido y asustado, artero en sus comportamientos, lo que es, al fin ya la postre, el «ego». Es decir, el sujeto que esta sociedad ha cultivado, alimentado y que es la causa de sus sufrimientos y su dis-armonía crecientes. Es por ello que el caballo de batalla, más que la lucha contra la explotación de los ricos, es saber rescatar en todos nosotros ese Yo Grande, expansivo y desprendido, colaborador. Re-construirnos primero como sujetos y re-equilibrar esta sociedad después. Para hacerla un sitio mejor donde vivir, donde poder disfrutar y desarrollar nuestras capacidades creativas, sometidas por la explotación del Gran Capital que no nos mira como seres humanos, sino básicamente como mano de obra.


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