Cartas al Director

Tengo cincuenta años y cuando yo tenía 15 años dejé de ir a la escuela, no quería estudiar solo quería trabajar, esta decisión disgustó mucho a mis padres, mi madre una mujer con poca escuela, mucha vida y muy inteligente opinaba que un joven no debía estar todo el día ocioso.

Me metió a trabajar de aprendiz de jardinero, en un convento de monjas, la plantilla se componía de un jardinero y conmigo cuatro aprendices mas, nos pagaban solo la merienda, no era un trabajo desagradable pero no tenia recompensa económica. Me metió a trabajar en una conservera, la plantilla de aprendices superaba la veintena, en ésta trabajábamos metiendo las latitas de bonito o de anchoas en sus cajas, hoy en día lo hacen las máquinas, aquí ya ganaba algo mas, pero el sitio oscuro no me gustaba y era un trabajo las conservas de pescado, monótono y muy duro. También trabajé de pinché en un taller de mecánica con otros cuatro aprendices mas, nos pagaban cinco mil pesetas. Mis padres opinaban que yo no debía de estar todo el día ocioso sin hacer nada, según ellos debía de aprender a tener responsabilidades, saber y apreciar lo que vale ganar el dinero, además de aprender un oficio.

Mi historia es similar para mucha gente de mi generación y de generaciones anteriores. Ahora desde la ventana de mí despacho veo en el parque de la pérgola un montón de jóvenes ociosos horas y horas, que no quieren estudiar, pero las leyes, convenios laborales, sindicatos, patronal, gobierno, o saber quienes, no permiten que ejerzan de aprendices.

Los que trabajaron conmigo de aprendices hoy en día son capitanes, mecánicos, comerciantes y hasta hay fabricantes de conservas.

Si para nuestras generaciones la figura del aprendiz fue válida ¿por qué ahora no?

Alvaro Villa Rey