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domingo

22

julio 2012

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BRON. LYON. FRANCIA. UNA DEUDA.

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Deuda de afecto. Aquella que de repente se despierta en ti, que te habla de aquellos siete años pasados en el lugar.  Cuando has intentado dejar que tu cerebro no se ocupe más.
Son tantas las vivencias; que has tenido que inventar espacio para las nuevas.
En Prensa. Televisión. Radio.
Se escucha repetidamente la misma noticia y el mismo punto de la geografía francesa: BRON. Año 2012. El desenlace de lo que fue un secuestro.
La juventud vuelve y aquel español de nuevo ante el portal de nuestra casa.
Eran los años setenta y poco del mil novecientos.
Una cortadora de césped se escucha en el jardín.
En el apartamento dos pequeños de apenas tres años cenan junto a la madre.
La puerta se abre y el padre es acompañado de un señor al que no conocen.
La persona se presenta… (Hace tantos años que han olvidado el nombre).
El recién llegado buscaba un español que había quedado en ayudarle para volver a España. Necesita dinero para el viaje y en España le esperan su mujer y una hija.
Los vecinos de los alrededores no conocen a otros españoles; así que lo encaminan a la calle con nombre de Rio y Batalla. Y por número 11.
La noche va a ser larga para la madre; ella acepta que se quede en casa le permiten bañarse y le dan ropa con que cambiarse. Aunque era delgado; era tan alto como el anfitrión así que le fue fácil acomodarse en la nueva vestimenta.
Dado lo temprano que deberá tomar el tren para Barcelona dejan todo preparado en la noche. Ofreciéndole uno de sus bolsos sacado del altillo.
En el introduce su ropa usada. La familia le proporciona comida a base de bocadillos y unas latas que en su momento habían traído de reserva de España. Botella de agua.
El dinero para la compra del billete no se lo dan aún.
Será el padre quien lo traslade en su coche. De llegados a la Estación pasará por ventanilla para comprar el billete entregándoselo al viajero a pie de tren. También algo de dinero; por si le surge algún gasto.
Los segundos del reloj en la noche se escuchaban como latidos de corazón. Con las cunas de sus hijos al lado la madre había optado por dormir en el sillón junto a ellos, el invitado se encontraba en la habitación dedicada a tal menester; recibir amistades o familia.
Del otro lado de la ventana se oía a duras penas el paso de algún coche y por el jardín el maullido de un gato descarriado. La vecindad solo tenía por mascota a perros. Ellos un canario.
La madrugada enseño la luz, pronto habría que llamar al invitado.
Muy amable y con sincera gratitud se despidió tras el desayuno.
Por los cristales contemplaba la marcha de los dos hombres.
Si la noche fuera en vela; hasta que no estuviera de regreso Tián ella no quedaría tranquila.
La vida está hecha de pequeñas bondades y también de riesgos. Que se tienden a considerar si como a la ocasión en la casa hay niños.
Y aun así… Aquello lo saldó la noche en vela.
Nunca; de aquel caminante que dijo haber sido refugiado se tuvo noticia.
BRÓN amanecido escucha el claxon de la semanal camioneta-tienda al reclamo de los vecinos en compra de leche, quesos y lo complicado de pedir “Beurre”. Simple mantequilla. La pronunciación vendría con el tiempo.
LYÓN. BRON. Siete años y dos nuevas vidas.
Carmen Amigó y Pérez-Mongay

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