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viernes

13

diciembre 2013

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Nuestro propio Hamlet

Publicado por , Posteado enartículo personal, Opinión

Es indiscutible la unión que existe entre la ira y el deseo de venganza. La ira puede ser sorda o explosiva, pero en ambos casos se puede generar el odio y el deseo de venganza. La venganza ha sido mencionada y regulada desde la antigüedad por las leyes jurídicas, que se inspiraban en la denominada Ley del Talión.

Dentro de nuestra mentalidad actual, consideramos que la Ley del Talión es una barbaridad; y es que solo quedan pocas leyes que reflejen manifestaciones del deseo de venganza. Un claro ejemplo es la Sharia al Islamiya, conocida en occidente como la ley musulmana o islámica, la cual es el cuerpo del Derecho Islámico. Mediante esta, se exige entre otras cosas, cortar la mano al ladrón u otras formas de ajusticiamiento.

Pero es el caso que curiosamente, dicha ley nace con la labor de dulcificar el castigo. Constituye históricamente el primer intento de establecer una proporcionalidad entre el daño que ha sido recibido en un crimen y el daño producido en el castigo.

Leyes expuestas en el Talión y otras leyes de justicia suponen un impedimento ante la realización de ciertos delitos que, debido a las consecuencias que han de cumplirse, no son cometidos.

Y al final, todos llegamos a la conclusión de que dentro de nosotros hay un Hamlet oculto, un ser que se mide entre la duda y la decisión, el hacer o no hacer algo, el tomar este o aquel camino. No es difícil descubrirlo si nos paramos a pensar y miramos en nuestro propio pasado, y descubrimos que toda nuestra vida está hecha de casualidades y decisiones tomadas con mejor o peor acierto. Un día lo vemos todo más claro y tomamos un atajo; otro simplemente nos conformamos con avanzar por la vía fácil. A veces nuestras actitudes son las correctas mientras que otras veces no lo son; e incluso hay veces en las que no creemos hacer lo correcto cuando verdaderamente lo estamos haciendo.

Estamos hechos para la reflexión y esa es la eterna duda que nos corroe por dentro siempre. A cada paso que damos estamos aventurándonos hacia ese lugar que creemos que nos corresponde en el mundo y formando la esencia de nosotros mismos, nuestra personalidad y sin darnos cuenta, nuestro propio futuro.