No sólo los jóvenes
Publicado por R. Cortés, Posteado enartículo personal, Sanidad, Salud, Opinión
La actitud más habitual en este país es buscar siempre un culpable para cualquier acontecer, un cabeza de turco visible en el que la sociedad pueda descargar su rabia y sus frustraciones. En el caso de los rebrotes de la Covid-19 hay un colectivo contra el que cargan desde periodistas, pasando por políticos y como no los indomables vigilantes de las redes sociales: los jóvenes. Por otro lado, se nos olvida que la juventud es un fiel reflejo de nosotros mismos, que se sociabilizan en nuestro entorno y que tanto sus maneras, su educación y sus patrones de comportamiento no surgen por generación espontánea sino que emanan directamente de lo que ven y aprenden.
Los jóvenes hacen botellón y el alcohol hace que se junten demasiado y olviden ponerse la mascarilla como medida de protección, aunque nunca nos acordamos de citar la situación análoga en la que los no tan jóvenes se reúnen en baretos de no más de 20m2 donde consumen alcohol, beben y gritan sin mascarilla, y donde no se respetan ni las distancias ni el aforo, eso sin contar con que por supuesto no pasa nada por toser alegremente sin mascarilla en el interior de estos locales: es la tos del tabaco, señores. Pero claro, después de un duro día de trabajo cualquiera tiene derecho a tomarse una cerveza. Lo que no acabo de entender es que esa cerveza reconforte tanto que la salud pase a un segundo o tercer plano. Pero no sólo es eso, sino que además jovencitas y jovencitos les gusta lucir su maquillaje y se quitan la mascarilla muchas veces con el único fin de presumir; eso sí, no tenemos en cuenta que antes de arreglarse para salir, se han ido de compra con sus madres o padres y la única preocupación que han tenido a la hora de probarse la ropa es que les quede bien, porque en muchos sitios te la puedes probar y encima no tienen ningún medio de desinfección, sino que es colocada inmediatamente después en el mismo montante que la anterior; nada de averiguar qué medidas usan de desinfección, protección, ni otras cosas por el estilo; si está permitido es que es seguro, si no ya le echaremos la culpa al Gobierno. Y ya nada más queda por mencionar las reuniones de jóvenes que tanto en playas o parques vuelven a hacinarse y a no respetar las normas, pero no se nos ocurre dirigir las miradas hacia las celebraciones y reuniones familiares que en muy pocos casos cumplen con las recomendaciones, o prohibiciones según el lugar, de no superar un máximo de 10 personas. Y ya no me refiero a las celebraciones que podrían ser inexcusables como comuniones o bodas, donde los locales de restauración se encargan de que se cumplan las normas, sino precisamente de esas reuniones familiares o de amigos que no son ni necesarias ni imprescindibles, pero que resultan ejemplificadoras para este colectivo que está continuamente en un estado de observación.
La justificación de todos estos listillos es que si todavía no se han contagiado es porque lo están haciendo bien, al igual que pensaban todos los que no habían dado positivo hasta el momento; no son capaces de plantearse simplemente que puede que hasta ahora han tenido suerte. Y es que precisamente ahora surgen con más fuerza los movimientos conspiranoicos y negacionistas que equiparan a esta pandemia con una simple gripe aduciendo que no mata tanto: vergüenza debería daros. Antes de acusar y recriminar a la juventud deberíamos de mirar hacia nosotros mismos y preguntarnos si igual que hacen los políticos con la sociedad no les estamos mandando un mensaje equivocado a la juventud.