Todo profesor ha de mantener: la autoridad, la disciplina, el orden; y, a la vez, ha de tener dedicación y verdadero interés por sus alumnos. Partiendo de esta base, el ser coherente supone trasladar a la vida personal las mismas actitudes que se exigen en las aulas.
Hay que pedir a los alumnos que cumplan con su trabajo, en orden y con pulcritud; pero esto también exige, en justicia: revisar, corregir y entregar los resultados con la misma puntualidad.
Lo mismo sucede con: el vocabulario, las posturas, el arreglo personal, los hábitos de higiene y la relación personal que se vive con los demás. Esta relación tiene que ser en ambos casos: amable, respetuosa, delicada y comprensiva.
La actitud que toman los alumnos a la hora de clase, muchas veces es el reflejo de la personalidad del profesor; si se desea que maduren, que sean: responsables, educados, respetuosos, cordiales y solidarios, el ejemplo es fundamental.
De igual forma, ser coherentes comprende el cumplir con las normas establecidas por la institución.
Recordemos que para exigir a los demás, es indispensable tener disciplina en la vida personal, social y profesional.
La sencillez es otro de los valores que mejor ennoblece el trabajo de un educador. Y lo es, porque permite reconocer en su labor una oportunidad de servicio y no una posición de privilegio solo para tener autoridad o para que sea un estupendo escenario para hacer gala de conocimientos.
Las circunstancias ponen al profesor delante de personas que necesitan de sus conocimientos; pero: la soberbia, la pedantería, la arrogancia, el orgullo y el egocentrismo dificultan la comunicación, la educación y el debido aprovechamiento.
Lo mejor es impartir la docencia con la intención de aplicar toda la experiencia, conocimientos y recursos buscando un mejor aprendizaje.
Conviene aceptar que el conocimiento propio tiene un límite y que vivimos en constante actualización. Es muy significativo y otorga mucho prestigio, reconocer que algún aspecto del tema se desconoce, pedir oportunidad para investigar y tratar el asunto posteriormente. Es preferible esto, a mentir al alumno.
En este mismo sentido, conviene encontrar en las críticas una oportunidad para mejorar personalmente, así como aceptar los errores personales, rectificar y pedir disculpas, si es el caso.
La sencillez también se manifiesta compartiendo con otros profesores la experiencia docente, dando consejos y sugerencias que faciliten a los demás su labor.
De la misma manera, la docilidad con que se sigan las indicaciones institucionales y la colaboración en cualquiera de las actividades, son rasgos significativos de disponibilidad y apertura hacia los demás.
La falta de lealtad desafortunadamente es una situación que se vive en todos los ámbitos sociales y también en el educativo: murmuración, hipocresía, mentira, crítica, difamación y falta de honestidad.
Ser leal a una institución significa una completa adhesión a sus normativas, respeto por los directivos y trabajo en equipo con los compañeros. Por supuesto que no siempre se estará de acuerdo con todo; pero, si la hay, habrá que conocer la fuente de inconformidad para actuar acertadamente y ver o comprobar si se requiere un mayor estudio.
Lo primero y fundamental es manifestar las inquietudes con las personas adecuadas.
Falta a la lealtad quien desahoga críticas e inconformidades a espaldas de los directivos, con: los compañeros, los amigos, padres de familia e incluso con los alumnos. Sea en forma individual o en conjunto con otras personas, estas actitudes son totalmente incorrectas.
Es obligación guardar toda confidencia respecto:
- A las políticas y estrategias; a las decisiones directivas; a las situaciones personales de maestros y alumnos.
Hay que recalcar que todo, absolutamente todo, debe consultarse con las personas indicadas para poder ser resolutivo y eficaz.
En la docencia, tal vez una de las figuras más atractivas es la del profesor: entusiasta, sonriente, optimista, emprendedor; la del profesor que difícilmente se enoja, pero que a la vez es estricto y exigente; que está dispuesto al diálogo; bromista pero respetuoso; capaz de comprender y dar un buen consejo.
Para lograr vivir este valor hace falta esfuerzo y madurez, es decir, dejar los problemas personales para el momento y lugar oportuno y nunca para amargar el aula.
Concentrar toda la atención en lo que se hace: preparación, elaboración, exposición y conducción de la clase.
Buscar cómo ayudar a los demás a solucionar los problemas propios del aprendizaje.
Planear actividades diferentes: recorridos culturales, películas, eventos, etc., o buscar momentos para charlar con los compañeros.
Si observamos con cuidado, la alegría proviene de una actitud de servicio, otorgando el tiempo necesario y los propios conocimientos para el beneficio ajeno.
La satisfacción de cumplir con el deber siempre tendrá sus frutos, a veces sin aplausos, pero sí: con las muestras de aprecio, el agradecimiento de un alumno o con los excelentes resultados obtenidos.
La sociedad actual puede recibir un gran beneficio a través de profesores de cualquier área del conocimiento: técnica o cultura, pero también hace falta ser:
~ Un ciudadano coherente.
~ Un verdadero apoyo familiar.
~ Un líder y ejemplo de integridad.
~ Un ser honesto.
~ Un profesional con valores humanos.
Fuente: encuentra.com