Escribo esta carta, como consecuencia del fallecimiento de mi padre, a principios de Abril por causa del COVID 19. En este tiempo de confinamiento, que vivo en compañía de mis hijos menores, mi padre se quedó en el camino, un hombre de 82 años. A él, le debo la vida, me enseñó a vivir, a dar mi mejor sonrisa y mi mejor lágrima, me cuidó y me dio las oportunidades que estaba a su alcance. Fue un hombre trabajador, me inculcó el sentido de la responsabilidad, del respeto a los terceros, del esfuerzo, y en definitiva todos los VALORES morales que hoy me hacen ser, creo, una persona íntegra…y esas enseñanzas intento transmitirlas a mis hijos.

Soy persona que piensa en positivo, por tanto, vaya por delante las actitudes e iniciativas positivas ante las adversidades por el COVID 19; si bien, cuando veo la información, saco la conclusión de que los fallecidos son sólo números, estadísticas. Echo en falta ese mensaje de seriedad responsable, de cariño y respeto para nuestros difuntos, ese acto de homenaje para ellos, ese acto de luto por todos ellos…Cada una de esas personas que se vuelven anónimas cuando se las mete en el conjunto de «FALLECIDOS», pero tienen, nombre, apellidos, nietos, familia… que hoy les lloramos.

Desde un nudo en la garganta, y vista la omisión para con nuestros difuntos, siento que se produce un agravio comparativo respecto de los mensajes positivos, incluso a veces superfluos o infantiles; pareciera que los que han quedado en el camino no importan.

Reclamo una memoria, un luto, por los fallecidos del COVID 19, un símbolo tangible para todos ellos, que los haga pervivir en la historia de España.