Es vergonzoso lo que está ocurriendo en el Parlamento Andaluz. Lo forman cinco grupos políticos, cada uno de una madre, pero que tienen en común una misma cosa: el egoísmo. Las prisas que todos ellos tenían antes de las elecciones para  formar un Gobierno y empezar a solucionar problemas, se esfumaron en el preciso instante en el que los andaluces depositaron sus papeletas en las urnas. Ahora, una vez elegidos y acomodados en sus escaños, las preocupaciones que tienen son otras. Como, por ejemplo, elegir bien a su compañero de viaje. O sea, hacer coaliciones con partidos que les haga sumar, no restar. Y del ciudadano y sus cuitas se olvidaron. Los políticos son expertos en cosificar al votante. Luego se quejan de la desafección que existe hacia ellos. Volviendo a Andalucía, creo que esta tierra estará en barbecho político por lo menos hasta el 24 de mayo. Nadie pude dudar que Susana Díaz será la elegida. Después, nadie podrá dudar que nos han tomado el pelo.

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Está claro que no pueden subir las temperaturas. En cuanto el mercurio se aproxima a los 30ºC empiezan a brotar por España políticos termosensibles prometiendo lo imprometible y regalando un dinero que no tienen como si fuera perejil. Y si estos días de canícula que tanto les afectan coinciden además con la llegada de alguna cita electoral, entonces, la estulticia que cometen es aún mayor. Si cabe. El presidente del Gobierno de Extremadura, José Antonio Monago, va a conceder a partir de este mes una paga vitalicia de 300 euros a todas las mujeres extremeñas mayores de 75 años. -­­­« ¿Y el motivo?», se preguntarán. -Por el papel que desempeñaron estas mujeres durante la Guerra Civil. -« ¿Y a los hombres mayores de 75 también se la van a dar?». Respuesta: No. -« ¿Pero eso no es inconstitucional?». -Pues sí, además de ser incompatible con la Ley de Igualdad de Género, etc. Pero, oiga, usted siga leyendo y calle, por favor, que me desconcentra-. Lo que iba diciendo es que Monago ha dado con la panacea para curar su dolencia, La impopularidad. Y 35.000 ancianas agradecidas se lo gratificarán en mayo con su voto. Eso sí, la broma de la paga nos va a costar 10 millones de euros.

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Cuesta pensar que Jesús Hermida nos ha dejado. Era un periodista sin paragón. Y poseía un amplio bagaje cultural. Muchos todavía le recordamos cuando estuvo de corresponsal en NY y desde allí narraba sus crónicas para España. Todas del máximo interés. Él fue quien nos retrasmitió la llegada de Hamstrong a la luna en el año 69’. Entre los españoles, pocas uñas quedaron sin morder aquél día. A partir de ahí, su ascenso profesional fue tan meteórico como la del Apolo XI: regresó a España, inventó los magazines, dio un nuevo look a los telediarios, descubrió nuevos talentos y un largo etc. que le consagrarían como el máximo referente de la radio y la TV.  La última vez que le vi fue cuando entrevistó a su coetáneo el Rey D. Juan Carlos. Lo hizo con sus característicos aspavientos y siseos de voz, que formaban parte de su idiosincrasia, y con los que siempre conseguía cautivar al oyente. Puedo afirmar en plural que los españoles siempre le recordaremos: he ahí su inmortalidad.

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Hay cosas que me las tienen que explicar como si fuera un niño de cuatro años porque si no, no las entiendo. Una de ellas es el boxeo. Que dos personas quieran subirse a un ring para darse de golpes hasta que uno de los dos caiga inconsciente, es como para hacérselo mirar. Y si el primer psiquiatra al que van les dice que psicológicamente están bien, entonces, deberían pedir una segunda opinión. El combate que presenciamos la pasada madrugada entre Mayweather y Pacquiao me dejó noqueado. Lo poco que vi, claro. Continuamente acudían a mi mente breves flash-backs en los que aparecían dos gladiadores romanos en una liza diciendo aquello de: «Ave, Caesar, morituri te salutant», (Ave, Cesar, los que van a morir…). Y se mataban, se mataban. Que era precisamente lo que parecían querer los asistentes. O por lo menos así lo expresaban: «¡Kill him, kill him!», (¡mátalo, mátalo!). En el idioma alemán,  existe una palabra  que define al sentimiento de alegría que experimentan algunas personas cuando ven sufrir a otro: «Schadenfreude», pronunciado ‘sadenfoide’. El boxeo y otros deportes similares no son recomendables precisamente porque nos llevan hacia ese sentimiento. 

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