Una Sanidad avanzada, está exigiendo de los sanitarios ceder el protagonismo principal en la curación y sanación de nuestros “pacientes”.
Este proceso, se está enfocando cada día más en el asesoramiento para que las personas enfermas puedan hacerse cargo, comprender y activar su propio poder sanador; empezando por la causa-raíz de sus problemas.
Es cierto que la comodidad y las condiciones de vida han mejorado de forma notoria en nuestras sociedades, pero no así el bien-estar de la población en general, que ha mermado, y de qué manera. Si tienen un par de minutos, los animo a leer en Internet, “La paradoja de nuestro tiempo”, de Bob Moorehead.
Para poder corregir nuestros desajustes, tanto personales, familiares, como laborales, sociales y políticos, debidos básicamente a la mentalidad egoica y competitiva que nos preside, habremos de abordar cuanto antes, sin escapatorias ni engaños, la sustitución de los principios erróneos en los que basamos nuestras vidas y relaciones.
Pasar de la mentalidad de hormiga a ras del suelo, cargada y ofuscada por el arduo trabajo del día a día, a la mentalidad de águila que, ligera de equipaje, puede sobrevolar y ver el precipicio al que nos asomamos.

¡Ya está bien de tanta manipulación! En “El Correo” –diario de máxima difusión en Vizcaya o Bizkaia– de hoy domingo, no hay ni una noticia de la “marcha por la dignidad”. Por cierto, no creo yo en las mareas y estas historias –que sirven más bien para desfogarse la gente–. Hay que actuar desde abajo, cambiando las cosas, procurando dar alternativas a la situación actual. Factibles. Y los que no crean en un futuro posible para la raza humana: por favor que no jodan con su cinismo.
¿No nos damos cuenta ya de la jugada? Hay que plantar cara, llamar a las cosas por su nombre. Dejar de servir al Control y sus luchas políticas, a su insaciable –e inútil y contraproducente para el trabajo–demanda de datos. En fin, una rebelión, inteligente y pacífica, en toda regla.

Me encanta que la gente empiece a moverse, a hacer nuevas propuestas. Que empecemos a reflexionar en alto sobre el futuro; en cómo hacerlo posible, viable, sostenible. Menos mecánico, más humano.
Para ello, tenemos la oportunidad única de trabajar en red, de colaborar –cada uno en su ámbito y como mejor entienda– para hacer factibles las soluciones. Que tendrán que ser distintas, a la vez que simples, sencillas.
Más que “reivindicar”, como nos acostumbraron, debemos cambiar el chip y meditar nuestra responsabilidad en las soluciones. Pero no sobre la «responsabilidad» que nos inculcaron y que ha servido hasta el momento para guiarnos como ganado, sino la que debe surgir de nuestra propia reflexión. A fondo, serena.
Tenemos actualmente el conocimiento necesario y solo necesitamos empezar a poner orden en las cosas, en el caos. Empezar a vivir de forma más simple y sencilla, y liberarnos así del yugo de la avaricia. Conscientes de nuestro papel fundamental en el cambio y dispuestos a sacar esto adelante.
Si queremos perder el miedo al futuro, no podemos quedarnos quietos, habrá que pasar a la acción. Una acción, como he dicho, coordinada, en red, donde poder colaborar. Conscientemente.

Se barrunta cambio, un cambio que no va a ser superficial, sino que atenderá al fondo de las cosas. Que re-evaluará, sin miedo ya a los que se valen del Miedo, las verdaderas prioridades, nuestras necesidades reales. Si son adecuadas éstas a lo que, libres ya de nuestros condicionamientos –para lo cual tenemos que hacer todos un esfuerzo personal– pensamos, sentimos de verdad. Lo que no nos queremos seguir ocultando.
Todo esto, es verdad, puede llevar cierto tiempo, pero hay que ponerse manos a la obra. Y no seguir como hasta ahora, en una huida hacia adelante sin cabeza y condenada al sufrimiento, sino poner rumbo en la verdadera dirección: la del corazón liberado del yugo de los poderes, la de nuestros sueños.
Y que nadie se equivoque: no estoy haciendo un alegato a favor de la violencia, sino todo lo contrario, pues la violencia es hermana gemela del miedo.

La Humanidad ha tenido grandes Maestros, pero han sido en general los personajes de tercera, empavonados casi siempre, los que se han hecho los “amos del cotarro”.
Los Maestros, todos ellos, nos recordaron que debíamos ser simples y sencillos en nuestra forma de vivir. Que debíamos hacerlo sin apegos, sin cargas superfluas, para así aportar a la vida toda nuestra creatividad, y poder desarrollar en plenitud nuestros talentos, nuestros dones.
Los personajes pequeños, por contra, se encargaron siempre de complicarlo todo, y así cargaron a la gente de grilletes. Lo hicieron en el plano físico, con múltiples trabajos, onerosos a menudo, pero sobre todo lo hicieron en el plano mental, condicionando a la población con sus consignas, difundidas ampliamente y que imponían formas de pensar limitativas, de escasez, de culpa y de “pecado”.
Nos ataron con multitud de prohibiciones, con dogmas, con credos, con mil historias que desde los diversos ámbitos (familiares, sociales, religiosos, etc…) coartaban la expresividad y libertad de conciencia.
Estamos obligados a recuperar, si queremos salir de la esclavitud de estos tiempos, el mensaje de nuestros Maestros, el auténtico, no el sucedáneo, el que nos han contado. Para ello habremos de separar muy bien el grano de la paja, hilar muy fino y no aceptar lo que se pontifica sin ser aceptado íntimamente por nosotros.El quid de la cuestión es éste.
La enseñanza de los Maestros está a salvo, escrita allá donde no puede perderse: nuestro espacio interior, eso que llamamos “el corazón” y que podemos cultivar mediante una vida simple, sencilla. Una vida no exenta en los tiempos que corren seguramente de ruído, pero que deberá dar cabida también al silencio.

Esos que van tras los de «Davos», rompiendo lunas de escaparates (ayer en Bilbao), amenazando a comercientes con porras y robando (la policía, según comentan los comerciantes, missing) flaco favor hacen al cambio.
Están, si te descuidas, no me extrañaría un pelo, a sueldo de los terratenientes. Desde luego, se les ve afectos a su misma «religión», sus mismas prácticas: agresivas, liquidacionistas con la «competencia».
Curioso que lleve la prensa a la gente a pensar que son los «antisitema» los causantes de estos destrozos, cuando solo se representan a si mismos, o a quién es posible que les pague, que saben muy bien que aquello que se combate, se refuerza).
En resumidas cuentas, solo representan a la/su brutalidad, a la/su ignorancia.