Vivimos pensando que la responsabilidad de nuestros desarreglos recae en el profesional sanitario, y apenas podemos concebir que sea la sociedad que hemos y seguimos promoviendo, o la forma de vivir, la causa principal de enfermedad.

Albergamos la creencia de que el cuerpo es el que desarrolla la enfermedad, sin darnos cuenta de que nuestra forma de pensar y sentir es la causa de las distintas patologías. Por cierto, algunas no proceden de ahora, pues son heredadas de nuestros ancestros y sus desajustes.

Vistas así las cosas, la enfermedad es un desorden de nuestra manera de pensar o sentir (psíquico), que afecta secundariamente al cuerpo (soma).

Esto que quizá suene raro a muchos, lo aceptamos o vemos claro cuando hablamos de las enfermedades psico-somáticas. Cada día más frecuentes, por cierto.

El modelo de gestión de la Salud tiene que tener en cuenta este aspecto si quiere superar la dependencia brutal que el sistema sanitario tiene del mundo del medicamento. Empezando por la OMS y continuando por los avances que se nos presentan, fundamentalmente en materia de “Farmacia” y que prometen colapsar eso que llamamos “nuestra Sanidad, todo ello está destinado a servir a la buena salud, sí, pero especialmente del emporio comercial que mueve la industria fármaco-química. Si exceptuamos, claro, los evidentes avances quirúrgicos. Y algún otro, menor aún.

No servirán de mucho las medidas que se están tomando para frenar el incremento del gasto sanitario mientras sigamos observando la salud como una cuestión de suerte –una lotería que nos puede tocar o no–, pues deberemos empezar a verla más como una responsabilidad personal y social. Desde dentro, que diríamos.
Nos está resultando difícil influir sobre el sistema, pero básicamente es porque seguimos albergando ideas obsoletas ancladas en lo antiguo. Existe aún una gran conciencia de separación y, como consecuencia, miedo, mucho miedo. De eso se valen, cual dementores los que dominan. Por otra parte, hay que tener muy en cuenta que es lo sutil, la mente, la que mueve lo denso, y no al revés. Por eso es tan importante cultivar lo sutil, y empezar por mirarnos a nosotros mismos. Sabiendo que culpar y enjuiciar no nos sana; que solo nos sana la comprensión –de que estamos unidos e interelacionados– y el perdón al que ésta nos lleva.

LA PAZ DESDE OTRA PERSPECTIVA

La paz no es ausencia de violencia, sino de juicio. De ese hábito que tenemos de enjuiciar y culparnos para sentirnos mejores.
La culpa no sirve, como nos eneseñaron, para arreglar nuestros conflictos, sino que, más bien, evita que actuemos con responsabilidad.
Una responsabilidad que no es para con nada ni con nadie (un mero engaño esta para manipularnos), sino que es con nosotros mismos.
Hay que aceptar que no cambiamos a nada ni a nadie, sino que solo podemos cambiarnos a nosotros mismos y, si no nos gustan, nuestros condicionamientos culturales, nuestras creencias. Y aprender así a pensar, sentir y actuar en coherencia no con lo heredado, sino con nostros mismos.
Decir que no somos los seres que intentamos aparentar, y que en cada uno de nosotros –como habló Jung–, existe una «sombra»: aquello que no aceptamos de nosotros mismos y que escondemos en el subconsciente.
Nuestra responsabilidad primera, por tanto, no es cumplir las expectativas del clan, sino curar nuestra percepción erronea de las cosas. Conocer que la culpa que sentimos es inútil, que solo sirve para salvar la cara de nuestro ego.
A este mundo llegamos como una tábula rasa, sin condicionar, y son nuestras culturas, religiones, organizaciones políticas y demás parafernalia social las que nos marcan con el hierro de su «ganadería», haciendo que olvidemos nuestra condición esencial, que es inmaterial y libre.
La paz –he aprendido a través de los conflictos– exige evitar el enjuiciamiento y el inútil y nocivo hábito de culpar a los demás, o a nosotros mismos, por no cumplir con las expectativas que les asignamos, o nos asignan otros.
En zonas en conflicto crónico necesita de un proceso de limpieza de viejas afrentas, ancladas en el pasado, que impiden a las nuevas generaciones, levantar la cabeza en el presente.

Resulta extraño que un avance tan significativo, como la nueva comprensión que nos aporta la física cuántica, no esté teniendo apenas eco en las escuelas, incluso que no merezca una consideración mayor de estudio pormenorizado en las universidades, aferradas aún al viejo paradigma mecanicista newtoniano.
Es como si hubiéramos decidido no mirar más allá de nuestras narices, o ponernos palos en las ruedas de la evolución; como si deseáramos vivir mentalmente en precario, en vez de sentirnos auténticamente creativos y abundantes.
El nuevo paradigma cuántico, nos invita a mirar al mundo de manera distinta a como lo venimos haciendo –seres separados que deben competir por recursos limitados–, y hacerlo como seres que forman parte de una realidad abundante e inteligente, que avanzan mucho más cuanto se sienten estrechamente interelacionados.
Nos habiámos olvidado de que no es el miedo, sino el amor, lo que nos hace felices; de que no es el análisis (comprensión mediante el estudio de las partes) lo que aporta sentido a nuestra existencia, sino que es la síntesis (con su visión orgánica y de conjunto) la que nos aclara el funcionamiento último de las cosas y nos hace conectar con esa inteligencia que liga nuestro universo y que, la experimentación cuántica –si decidimos observar, claro–, está desvelando a nuestro ojos.

Nuestra programación cultural, orientada hacia el hacer, se siente incómoda y busca justificar siempre el «tiempo inútil» que llamamos, aquel donde se manifiesta nuestro máximo potencial, nuestro «ser» creativo y su infinidad de posibilidades. Hemos sido programados para trabajar y delegar en otros esa creatividad, y nos hemos vuelto neuróticos de cojones.
Pero no es tan simple la cuestión, porque no solo hemos sido programados por determinados intereses de nuestra cultura, sino que además llegamos al mundo con una carga de programación genética (la Bioneuroemoción nos habla de conflictos impresos en nuestra biología, en nuestros células y genes, que heredamos de nuestros ancestros) , especialmente madres, de las que heredamos todo el ADN, (del padre solo heredamos una parte, pues su ADN mitocondrial queda fuera en el proceso de fusión espermatozoide-óvulo).
En Medicina se dice que hemos avanzado muchísimo, y es cierto, pero este avance, se ha quedado anclado en el viejo paradigma newtoniano, cartesiano, determinista, que ha alimentado el victimismo, haciéndonos sentir esclavos de nuestra herencia y de nuestras circunstancias.
La Física moderna, cuántica, corrige esta visión determinista y da un giro radical a nuestra visión de la realidad, cambiando el paradigma por el que nos hemos regido hasta ahora por uno nuevo, en el que el resultado es incierto, y depende de nuestra posición de observador. El experimentador, como enseña el expriemento de la rendija, deja de ser neutro e influye en el resultado del experimento.
Desde este nuevo paradigma cuántico la realidad no nos viene determinada, sino que la creamos nosotros dependiendo de nuestra posición mental; que podemos cambiar nuestra realidad según pensamos y sentimos; que somos, además de creadores de nuestra realidad personal, co-creadores de nuestro mundo.
Por ello es tan importante extender esta nueva conciencia (basada además en la experimentación), para crear esa masa crítica suficiente de seres humanos, conscientes y dispuestos a vivir sus sueños desde la confianza en su auténtico poder y desde la la libertad y el respeto por sí mismos. Superando solo así la división actuamente existente, alimentada por los poderes y su falso Control. Dejando de creer en la escasez en que hemos sido condicionados, para poder sentir esa abundancia que somos. Abandonar así la división y la competitividad en que hemos sido educados, haciéndonos conscientes de nuestra íntima unidad que la cuántica, a través de la experimentación con el fotón dividido y separado, demuestra también experimentalmente.

Las mayorías que se forman en torno al viejo sistema, aunque tengan nuevos nombres, sabemos por experiencia que son fáciles de controlar y manipular por intereses particulares. La ingeniería política (no es nada nuevo) evita la participación activa y el filtro ciudadano verdaderamente participativo y consciente, con su capacidad esta última de ofrecer respuestas alternativas y sabias.
Personajes como Superman u otros, más que héroes que aportan, como nos venden en las pelis, son destructivos, pues se crean para saciar (aunque sea de mentira) una necesidad: la recuperación del poder ciudadano.
Una enormidad de personas, programados como estamos, sentimos que hemos perdido nuestro poder, y bien que lo saben los que controlan el cotarro. Por ello, cuando las cosas se ponen feas para sus intereses ha sido y es habitual presentar salvadores de pacotilla que cubran la necesidad sentida de recuperación de poder.
Ese poder que hemos ido cediendo inocentemente a ámbitos económicos y financieros internacionales, necesita una revisión urgentita. Cambiar el hábito ciudadano de pedir para que nos resuelvan, por el de aportar ideas y ayudar a resolver las cosas. Salir así de nuestras cuevas y, en aquello que dominamos y/o nos apasiona, no negarnos a poner nuestro granito, nuestra creatividad.
Frente a la tendencia de la vieja conciencia egocéntrica de complicar las cosas, aplicar el método más sencillo y simplificar. Reclamando asimismo de todos, fuerzas de orden publico incluidas, su implicación en conciencia.

Lo que dice Obama, nada tiene que ver con lo que conviene a mujeres y hombres de este mundo, a los que dicen defender a lo “gran hermano”. Ni tan siquiera están pensando en el interés de sus propios ciudadanos –que en gran número están programados mentalmente y se comportan como los zombis de sus últimas películas–, sino que la voz de Obama corresponde al Consejo de los 11 ¿No sé si me explico bien o muy bien, o si hace falta siquiera que lo haga? Y no os pido que me creáis, no, sino que analicéis la situación política global (conjunto de otras locales, “globalizadas” que pretenden), y que investiguéis un poco, nada más. La cárcel u olla cocedera preparada para muchos, muchísimos de nostros, por estos sangrientos cocineros, al servicio fiel del Gobierno Mundial, está requieriendo de nuestro compromiso. Habremos de comprender bien que el miedo no nos protege, ni protege la viña, como nos habían dicho, sino que es el peor enemigo para su enraizamiento y crecimiento. Poco a poco cada vez más gente, en la medida de sus posibilidades, está/amos ignorando esos barrotes, en gran medida mentales, que pretenden atarnos como a los animales condicionados para obedecer. Lo más curioso –y es lo que más cuesta comprender a algunos– es que el cambio desde el viejo paradigma piramidal al nuevo en red, no está siendo llevado a cabo por nuestras mentes (el mero servicio técnico que diríamos), divididas como están, sino por la inteligencia del Universo, que está activando una respuesta coordinada desde «el corazón” de los seres humanos.

Desde lo local y el contacto más directo y próximo con la gente se pueden promover espacios en los que compartir ideas y experiencias para, a continuación, claro, llevarlas a la práctica. Promover así iniciativas de empleo que atiendan a las verdaderas necesidades de la población.
Porque disponemos de un caudal imponente de inteligencia –diríamos que hibernando– que debemos espolear para que arranque y se plasme en la práctica.
Tenemos que hacernos conscientes de que estamos condicionados todos por la “educación” recibida, que fue y es concebida para servir a los intereses de determinadas castas que, como vemos, están ordenando privatizar todo y que, poco a poco, se van haciendo con la titularidad de nuestros recursos naturales (semillas, energía, agua, etc…), de nuestra Naturaleza gravemente explotada por su avaricia.
Está claro que hemos de aprender las lecciones del pasado revolucionario, y para ello tenemos que tener claras dos cuestiones fundamentales:.
1.- Que la transformación social pasa por llevar a cabo previamente un cambio de mentalidad individual. Por ser valientes y aceptar el compromiso de ofrecernos para el bien general, sin esperar reconocimiento externo, sino interno. Cambiar el culto al ego y al esfuerzo (viejo paradigma), por el desarrollo de nuestros dones y talentos, por el disfrute de desarrollar nuestro potencial innato y compartirlo.
2.- Que no podemos seguir delegando y permitiendo la concentración de poder. Que estamos obligados a tomar cartas en el asunto, participar en red –la forma más transparente y eficiente de colaboración–, comprometernos a dar un giro de 180º a la situación.
Pero antes que nada, y/o al mismo tiempo, deberemos hacer una limpieza a fondo de todo lo que hemos acumulado y está bloqueando nuestro desarrollo. Y desechar la conciencia de escasez y el miedo en que nos educaron, para poder dar cauce a esa poderosa inteligencia que traemos para desarrollar y que, lejos de ser motivada o liberada, ha venido siendo frenada con fines meramente utilitaristas. Esquizofrénicos.

Tienen el hábito muchos jóvenes cuando se ven cuestionados por una adicción de autoengañarse. Es fácil oírles decir, “yo controlo”. Afirmación ésta que traducida al román paladino viene a significar: me gustaría poder controlar el hábito nocivo, pero no confío en ello, pues el hábito es más fuerte que yo.
Hay quién ha dicho que no somos individuos, sino hábitos, pues es el hábito el que define nuestro comportamiento. Por ello, si queremos cambiar de veras, no sirve de nada tener intención de hacerlo, sino dar los pasos efectivos para afianzar las nuevas maneras de desempeño personal, los nuevos hábitos. Y hacerlo hasta que éstas se conviertan en algo habitual en nuestras vidas.
Como comprenderéis, afianzar esto requiere de una férrea disciplina y de un esfuerzo consciente inicial, que no debe cesar hasta afianzar el nuevo hábito.
Corren aires de cambio, de recuperación de la consciencia. Para ello sería de gran ayuda que estos mensajes fueran saliendo también, como cuña al menos, en los medios de comunicación. Sé que muchos profesionales del periodismo ansían algo más que repetir el mismo hábito, de dar la misma información, la misma matraca adictiva, a tantas y tantas personas dormidas.

“Maravillosa” costumbre la nuestra, que no solo hemos aprendido a juzgarnos sumarísimamente unos a otros, sino especialmente a nosotros mismos. Como si fuéramos los hombres o mujeres compartimentos estancos y no evolucionáramos. Como bien lo expresa el refranero: “maté un perro y me llamaron mataperros”
Individual y socialmente hemos de sacudirnos esta lacra, este mal hábito judeo-“cristiano” de la culpa. Comprobar que este condicionamiento “moral”, lejos de hacernos responsables de nuestros errores, nos lleva a repetirlos. No nos sirve o ayuda a ser mejores personas –lo cual se consigue simplemente corrigiendo nuestro comportamiento erróneo–, sino que nos frena, nos divide y nos enfrenta. Nos hace, eso sí, más, mucho más, fáciles de manipular.