La política de «recursos humanos» al uso consiste en limitar las contrataciones de personal en cualquier área de la actividad laboral, ya sea esta pública o privada, precise más o menos motivación e implicación del trabajador, aunque esto último parece poco relevante, mecanizados como estamos.
Esta gestión de recursos humanos orientada al logro de metas, objetivos y resultados, se ha olvidado en el camino de una cuestión que parece relevantes, troncal diría yo: que está tratando con seres humanos.
El trabajo, en general, lo queramos reconocer o no, cada día supone más estrés para todos nosotros –algunos prefieren pensar que somos flojos–, dado que nos hemos vuelto ambiciosos y exigentes, y queremos ir cada día más deprisa, con un enfoque final exclusivo en la obtención de bienes materiales y resultados. Vamos, en eso que consideramos útil. Y, fíjate por donde, lo que nos gratifica y nos eleva como seres humanos es poder disfrutar haciendo las cosas de forma relajada. Aportar nuestro sello personal, nuestra creatividad, lo cual depende –tonterías, que dicen algunos–, de ese otro tiempo, el tiempo considerado «inútil».
Realizamos el trabajo mejor entrenados cada día, eso sí, pero muy a menudo como verdaderos autómatas, que el disfrute lo debemos dejar para después. Ya tendremos tiempo luego, sentados ante el televisor elevando nuestros espíritus con la programación «puntera», de máxima audiencia.
Nos hemos acostumbrado a ceder la gestión de nuestra actividad a otros que, como comprobamos, carecen de la suficiente conciencia y están orientados básicamente al lucro, a sacar el máximo rendimiento económico de eso que llaman ahora «recurso» y apellidan, torticeramente, humano.
De seguir así las cosas, me temo, no solo esta forma inconsciente de gestionar la actividad laboral, sino también la política, incluso el mismo concepto de dinero –auténtico becerro de oro de este fiasco de Economía–, incluso, si me apuran, de la propiedad privada, están en serio, muy serio peligro.
Sacar nuestra programación inconsciente para producir, desempoderados de nuestra capacidad para generar realidad, superar el no sé, no debo, no tengo o no puedo y ponernos en marcha hacia la plasmación de nuestros anhelos, es el principio del cambio. Ese que, como decimos, empieza en nosotros mismos, en lo sutil, en la corrección del pensamiento, utilitarista y ambicioso, imperante

No hay paz desde la manipulación, ya sea esta política, religiosa o de cualquier otro tipo.
La paz, real, no cabe dentro de los viejos corsés, cargados de culpa y de prejuicios, religiosos, culturales –producto de nuestra programación en las creencias de nuestro clan–, etc… Es decir, la paz que nos venden o nos siguen vendiendo nuestros líderes, es una paz contaminada por la vieja cosmovisión, la que lejos de hacernos ver y sentirnos una unidad, nos divide y nos hace competir, que sigue poniendo trabas a nuestro avance desde las altas instancias.
Es el viejo Poder el que intenta decidir por nosotros, y lo sigue intentando hacer desde lo que podemos o no podemos hacer, debemos o no debemos llevar a cabo. Son los mismos líderes, morales o religiosos, que nos han enfrentado en el pasado los que siguen intentando decirnos cómo tenemos o no tenemos que hacer las cosas, incluso como debemos sentirnos para estar en paz o no.
Renunciar a este viejo sistema de creencias, que pretende siempre ignorar nuestra propia capacidad de decidir sobre nuestras vidas es, entiendo, labor previa e ineludible para todos aquellos que desean evolucionar y transformarse en personas más pacíficas, tolerantes y maduras.

Resulta una prioridad absoluta no dejarnos manejar por el poder económico, ni por los políticos que lo defienden, ni por sacerdotes , «cristianos» o de otras religiones, que indirectamente le sirven de disculpa, de cortina de humo para desviar la atención de las auténticas prioridades. Tampoco por la engañosa Ciencia (controlada por el poder económico) que, lejos de estar facilitando nuestra mejora evolutiva, está colaborando a la destruccion del Planeta. En fin… que nosotros aquí, con estos pelos…
Nuestra recuperación, o resurgir, depende de sacudirnos nuestra empanada mental, promovida por la vieja Economía, la vieja Política, la vieja Religión y, también, la Ciencia, con sus pretensiones actuales de posesión de verdad absoluta.

Hora es de desplegar nuestras propias alas, de reconocernos creadores de nuestra propia realidad, de liberarnos de servidumbres mentales y amarres al Viejo Mundo, que, con sus agentes enloquecidos, nos llevan hacia un abismo. Un abismo, inevitable si no cambian, radicalmente, sus postulados.

Amor no es un sentimiento, ni equivale a «caritas» como lo ha explicado la Iglesia «cristiana».
Cuando Jesús explicaba el amor a sus discípulos hablaba de «ágape», que viene a significar brillo, luz.
Brillo que surge de nosotros, y se expande más cuanto más puro es, cuando dejamos de identificarnos con la forma, con las apariencias; cuando, al mismo tiempo, comprendemos, aceptamos y perdonamos (nos perdonamos) nuestra oscuridad, eso que denominamos «sombra».

Creer equivale, en el sentido que lo decía Cristo, a tener certeza absoluta, y no, como lo ha interpretado «su» Iglesia, a hacer un «acto de fe».
Los procesos del iniciado y del creyente son absolutamente distintos. El primero se abre a sí mismo, experimenta, reconoce y encuentra la verdad dentro de él; el segundo, por contra, no pasa de ser un «cordero» –que así le llaman– confundido, educado para ser seguidor, pastoreado por otros.
Así como el primero busca y acaba encontrando en sí mismo su propio poder, el segundo depende de un Dios externo, predicado por otros, que lo programan para obedecer y necesitar su guía. Para no reconocer, al fin y a la postre, su esencia divinal, su propio poder creador en la forma.

Nos estamos dejando dirigir como si fuéramos máquinas. Meras piezas de un engranaje que obvia –pues no sirven a su proyecto, o le incomoda– nuestros auténticos sentimientos humanos.
Vivimos esclavos porque estamos cegados por el miedo, siguiendo programas demeciales, autodestructivos, obsolescentes, a corto plazo además.
El quic está en tomar conciencia, despertar a nuestra verdadera condición, humana, y negarnos a participar en una representación social que, poco a poco, intenta desarraigarnos de nuestras raíces espirituales; que promueve el mero utilitarismo social y nuestro funcionamiento como máquinas.

Yo lo veo mucho más sencillo que las sesudas interpretaciones que hoy se leen por ahí.
La raíz del problema reside en que el «Gran Poder», con sus sucursales eclesiales, nos ha alejado de nuestra verdad.
Lejos de ayudar en nuestro autoconocimiento, nos han cargado de etiquetas, doctrinas, condicionamientos al fin, que no ayudan en nuestro despegue como especie, sino que nos frenan y someten.

Estamos obligados a poner en pie propuestas alternativas, de cooperación, donde nos podamos ofrecer para solucionar, de forma sencilla, simple, distintos asuntos que el Estado ya no atiende, pues prioriza intereses distintos, del poder económico y financiero. Poder que, día a día, además, nos aleja de nosotros mismos, de nuestras propias soluciones, de nuestros sueños.
La nueva sociedad no va a surgir, estoy seguro, de las viejas propuestas políticas, sino de otras distintas, en las que nos juntemos y podamos llevar a cabo propuestas inteligentes para el bien general, que potencien y no sometan, como sucede ahora, nuestros talentos a la ceguera del poder establecido. Y esto se llevará a cabo simplificando, con actitud de resolver en el día a día, ofreciéndose cada uno, en el ámbito de su competencia, en aquello que mejor domina. Precisamos de una estructura política básica, sí, pero sabemos por experiencias pasadas que ésta puede acabar enredada en guerras de poder. Entiendo que es más importante promover nuestro autoconocimiento y, también, crear infraestructuras de base, de apoyo mutuo, redes cooperativas que permitan esto, que agilicen la solución de las necesidades y problemas básicos.
Me ofrezco a aportar mi colaboración y asesoramiento a particulares en temas de salud, fuera, claro está, del ámbito de mi trabajo en la red pública sanitaria. Una red que cubre cuestiones importantes que no hay despreciar, como la cirugía y ciertos medicamentos básicos, pero que está saturada, que se descompone en la complejidad, que dilapida y seguirá dilapidando si perdemos la perspectiva de lo que es el ser humano, no un conjunto de porciones de materia divididas, sino un organismo vivo, interrelacionado en todas sus partes, con un gestor al mando, de nuestros pensamientos y emociones: nosotros mismos.
A esta Sanidad, hemos aprendido, porque nos han enseñado así, a demandar remedios (rápidos a poder ser) y, sin embargo, no hemos comprendido, o querido comprender, las raíces de la enfermedad, que empiezan, a menudo, en nuestros desajustes emocionales, en nuestra manera errónea de vivir, de trabajar, de complicarnos la vida y alejarnos cada vez más unos de otros.
Es importante confiar en nosotros mismos, empoderarnos que se llama, dejar de competir como nos pide el Poder, para empezar a ayudarnos más unos a otros. Aprender a autosanarnos y tomar firmemente las riendas de nuestro destino. Sabiendo, eso sí, que estos poderes, la casta que se dice, intentará poner palos en las ruedas, boicotear de distintas maneras cualquier actividad o movimiento que surja en este sentido. Pero estoy convencido que no podrán, que nuestro «corazón», desde la sencillez y simplicidad, alejándonos día a día de personalismos y sus egos, sorteará todas las dificultades ¡PODREMOS!

Sueño que un día muy cercano las conciencias de los militares también despierten, y comprendan que no hacen lo que pensaban cuando eligieron esa profesión, que no sirven a la causa que creían, la defensa de sus conciudadanos, sino a los intereses económicos que manejan los Estados, que los enfrentan si hace falta azuzando sus diferencias e intereses particulares –por no saber compartir con inteligencia, desde una conciencia de abundancia, que no escasez–, a esas fuerzas invisibles que pretenden mover desde el miedo los hilos del mundo “globalizado”.
Recuerdo que, hace ya 35 años, de viaje de novios, coincidimos con una pareja de Toledo, él acababa de graduarse en la Academia militar, y rompió todos mis esquemas de entonces de lo que entendía yo como forma de pensar de un militar. Me habló de las resistencias, entonces enormes, al cambio dentro del Ejército, y me comentó también, recuerdo bien, que a Gutiérrez Mellado –el general que salió en defensa de Suárez en el golpe—lo llamaban en las altas esferas militares, “el rojo”.
Han pasado muchos años ya, en el “alto mando” se encontrarán aún seguramente gente de conciencia muy dura, encallecida, temerosa del cambio, pero, estoy seguro también que estarán los otros, gente como aquel amigo entrañable del viaje de novios.
Sueño que estamos en los albores de un gran desarme, y no solo ideológico, porque estamos comprendiendo cuestiones muy relevantes para el cambio:
1.- Que hemos delegado demasiado nuestra responsabilidad en otros.
2.- Que hemos cedido nuestro talento y nos hemos alejado de nuestros sueños para servir al materialismo utilitarista reinante.
3.- Que hemos confiado en una falsa seguridad, estancados en el consumismo y hemos delegado nuestra defensa, no en la paz interna y el compartir, sino en la competitividad y las armas.
4.- Que debemos cambiar nuestra forma de pensar hasta el momento, pues ella nos está llevando a un callejón sin salida.
5.- Que esta salida está justamente en la dirección contraria, y que debemos hacer las paces con y entre nosotros, y replantearnos muchas cosas, compañeros del alma, compañeros.

Ayer fui un niño ego-ista y cometí múltiples errores, inevitables sin duda para comprender mejor de qué va esto. Y en este proceso he aprendido a perdonar mis errores, a comprender y perdonar también a los demás; a no juzgarles, por reconocerlos igual que yo humanos y falibles, aunque aprendí también a posicionarme cada vez más firmemente ante sus actos.
Aprendí también a confiar más en mí mismo y dejarme llevar por mi intuición, a arriesgar y salirme más de mi posición de confort, para poder transformarme y producir cambios en mi vida.
He comprendido que los paradigmas del viejo mundo ya no nos sirven. Que, lejos de liberarnos, están contribuyendo a esclavizarnos más. Y en un momento en el que se llama a la acción, entiendo que ésta, si pretende transformar, debe sustentarse en la quietud. Que simplificar nuestras vidas y aquietar nuestras conciencias contaminadas por el miedo, debe ser el principio del cambio.
Asistimos a un momento histórico donde se nos anuncian guerras y catástrofes, en el que mucha gente, asustada y aferrada a su “terruño”, se niega a despertar de la hipnosis materialista en que se encuentra, pues sienten un gran vacío, que pretenden llenar con cualquier cosa, y temen perder lo poco que los sostiene.
Hemos confiado en el pasado en figuras de autoridad, que no han comprendido, o se han servido incluso, de la voz de los profetas. Que no pretendían ser salvadores, como nos han vendido, sino despertar nuestras conciencias, nuestro “ser interior”, donde podemos encontrar todas las respuestas.
Nos sentimos atrapados por todo ello y no reconocemos, aún, nuestro auténtico poder, que se enraíza en sí mismo, y no fuera; que no disputa, pues reconoce en sí mismo la fuente raíz de su abundancia.