El ser humano no es falso por naturaleza como pregonan algunos, sino que tiene miedo. Vive encogido dentro de su caparazón, de su falso ego, alejado del conocimiento de su esencia. Que no es “proclive a la mentira”, sino pura autenticidad, pues sabe que todo lo que es auténticamente valioso en esta vida está a su disposición. No necesita engañar a nadie para conseguirlo.
La política, entiendo, más que haberse desarrollado para poner orden en lo social, ha sido utilizada, demasiado, como mero instrumento de poder, al servicio de la ambición; por eso está desprestigiada.
No tengo ninguna fe en que un cambio de estructuras, o la ciencia –lo externo–, como pretenden otros, nos puedan rescatar de la situación que vivimos, pues deberemos antes despertar desde lo interno.
La ciencia nos ha ayudado en muchos aspectos, sí, como instrumento que es, pero nos está encerrando en una especie de jaula de oro, cerrando nuestra comprensión en otros. Ha sido, está siendo, un instrumento más para nuestra hipnosis colectiva.
Si queremos transformar nuestra realidad, estamos obligados a deshipnotizarnos. Para ello, necesitamos conectarnos con nuestra faceta superior, espiritual, vilipendiada por comunistas y materialistas, y abandonar el culto a nuestros actuales “ismos”, no solo comunismo y materialismo mencionados, sino también, cristianismo, islamismo, nacionalismos…; todos los «ismos» en general.
Y, para poder «ver», levantar los ojos del «suelo», dejando de obsesionarnos -como se nos ha intentado programar por los poderes- con lo inferior, lo puramente material y externo.

El personal que trabaja de cara al público, no en todos los sitios por igual, claro, tiene que soportar una presión superior casi todos los días a la que pueden «digerir». Lo veo en el personal del Área Administrativa de un Ambulatorio grande, como donde trabajo, lo siento en mis propias carnes de médico de primaria y lo veo en muchas otras facetas de la vida laboral en general.

Este dis-estrés –que hemos aceptado parece ser como «normal»–, compromete no solo la salud de los trabajadores, sino que está volviendo neurótico el Sistema que se aplica por unas áreas gerenciales y de “recursos humanos”, más preocupadas, entiendo, por el tema económico y de imagen que por otra cosa. Todo esto, ha hecho que aumenten los enfrentamientos entre los que reclaman atención y el personal que atiende, entre los miembros de las distintas áreas laborales –cada día más enrocados y a la defensiva– y… bueno, en todos los ámbitos en general.

Lo he dicho alguna otra vez y lo repito, más que aplicar soluciones simples –que algunas se aplican, tampoco niego la mayor–, se incide en las complejas, producto del intento de justificación (el ego a pasear) y su pretensión de demostrar. La explicación viene de que, la inmensa mayoría, hemos aprendido a vivir en una cultura que alimenta las conductas “egóicas”, reactivas y victimitas.

Existen, para mi gusto, demasiados cargos intermedios, que ponen en marcha acciones y planes para reorganizar la situación, pero pocos «indios» para llevar a cabo el trabajo con menos presión. Se refuerzan, a menudo, los puestos organizativos, y se asignan recursos para propuestas que parecen desde el principio, y acaban resultando al final, ineficaces, pero no se refuerzan los puestos sobrecargados, ni tampoco se hace una llamada social a la responsabilidad

Existe un estrés positivo, que nos facilita las actividades de la vida diaria, y un estrés negativo (dis-estrés), que comienza a notarse a la hora y media de trabajo continuado y conlleva dificultades de concentración y de memoria, además de tensión y cansancio que multiplican los fallos del trabajador. Este dis-estrés, hemos caído en el error de querer combatirlo exclusivamente, como enseñan muy bien en los cursos de liderazgo y relaciones humanas, con respiraciones profundas, mediadas para la mejora de la asertividad y la escucha, además de otros, que, creo, no sirven ni servirán si no nos hacemos bien conscientes de la situación sobrevenida y educamos mejor a la gente –desde la infancia– para ser menos dependiente de la estructura del Estado que, como cualquier estructura que concentra poder y alimenta la dependencia del ciudadano que delega su responsabilidad en él, empieza a hacer aguas. Unas aguas que nos pueden inundar seriamente si no aplicamos solución al factor humano y el dis-estrés comentado, nos auto-gestionarnos mejor y simplificamos.

Hay que hilar fino, pues el positivismo no consiste, como nos han querido hacer creer, en aceptar «lo que hay» sin corregir sus errores, para tener que apechugar ad infinitum con ello, como «mal menor».
Lo que estamos acostumbrados a leer, oir y ver –y lo que se vende en casi todos los medios de comunicación–, es crítica negativa, un caldo de cultivo preparado para crecer no como seres libres, sino como seres cada día más impotentes, des-emponderados.
No estaría mal si practicáramos diferenciar lo que es aceptación (aquello que «no se puede» cambiar) de lo que es pura resignación.
Mi propuesta de hoy es que, cada crítica que hagamos, la formulemos con una propuesta adjunta positiva, por descabellada que parezca a nuestro entorno. Pero para esto se requiere salir del cómodo condicionameinto social en el que nos hemos instalado. Para ello se requiere arrestos de verdad, valentía.
Más que propuestas de partidos políticos mayoritarios –que son los que encuentran difusión en la inmensa mayoría de periódicos, radios y TVs, necesitamos escuchar a personas que alientan a reducir nuestra división y acercarnos más unos a otros, prestando oídos al silencio, a nuestra intuición que diríamos.
Y abandonar ese positivismo de mentira que pretende encerrarnos, cada día más, en su ratonera de ruido urbi et orbi.
Habrá que estar muy atentos para separar el grano de la paja y alejarnos de consignas; atender a propuestas que sintonicen con la recuperación de nuestro propio poder personal, de nuestro em-poderamiento.

Las órdenes proceden de la «mente», sin embargo el Cambio es, será hij@, entiendo yo, fundamentalmente del «corazón».
Las órdenes (el sistema piramidal de mando) nos han llevado a competir, a guerrear en numerosas ocasiones. Más que a colaborar de forma consciente, nos obligan a hacerlo según el guion marcado por unos pocos. Por tanto, nos hacen inconscientes de la situación.
Las hormigas, modelo de colaboración, entienden esto perfectamente. Una sabiduría ésta de las hormigas que muchas personas, que arengan sin fe, que alientan mareas pensando que hacen algo –más que mera auto-justificación–, se niegan a comprender.
La Inteligencia de las hormigas surge y está en armonía con el TAO, del que surgen además todas las demás cosas, Inteligentes.
La otra inteligencia, la que escribo con minúsculas, la que mueve a los ejércitos y que procede solo de la “mente”, alienta más la división y nuestra inconsciencia.
Esta inteligencia con minúsculas, además, surge del miedo y del concepto de escasez –por eso necesita competir–, y está desconectada de la Fuente original de todas las cosas, lo que Lao Tsé, en su Tao Te Ching llama el TAO, también traducido como Camino.
Un Camino que, estoy seguro, nos va a llevar, nos está llevando de formas poco perceptibles aún, a corregir nuestros errores haciéndonos más conscientes y partícipes de esta trasformación, y no meras piezas que obedezcan dentro de un engranaje que es ajeno a su propia esencia: su humanidad.

El miedo preside nuestras vidas, la de casi todos. Celosamente protegemos «nuestra viña» y así, poco a poco y sin ser conscientes de lo que hacemos, nos vamos distanciando todos unos de otros más y más. Nos vamos así secando por dentro, pues perdemos conexión con nuestra verdadera esencia.

Las redes es una oportunidad estupenda que nos permite unirnos, pero para ello hemos de dejar a un lado el personaje que representamos, y perder el miedo.

Salirnos del pensamiento convencional y dejar sin el abrigo social, si fuera menester, a ese personaje falsario, el ego, con el que nos hemos llegado a identificar todos en nuestras vidas. Personaje además siempre asustado, mentiroso y usurpador de nuestra autenticidad, la que hemos de recuperar si queremos desterrar tanto sufrimiento innecesario en nostros mismos y a nuestro alrededor.

El infierno es el otro, decía Sartre, y nos hicieron creer desde muy tiernos que no somos gran cosa, que no merecemos, porque, como dice la Iglesia, «somos pecadores, nacimos en pecado». Quién nos va a querer así a nosotros, pobrecitos.

Y digo esto para animarme y animaros a salir de esta forma tan miserable de ver la vida, y dejar de parapetamos pensando que nos protegemos, cuando lo que estamos haciendo es limitarnos. Limitar nuestra creatividad, nuestras infinitas posibilidades.

Debemos ser capaces de, superar esta división, ficticia, en la que hemos crecido, y dar/darnos el amor que este mundo demanada, que no es regalar caramelos, sino que implica incluso, con frecuencia, provocar fricción. Una fricción necesaria si queremos madurar y superar errores.

Por la derivada inversa, ser capaces también, no solo de dar, sino de saber aceptar ese verdadero amor, incondicional, del que somos dignos. Pues somos todos dignos de ser tenidos en cuenta. Sin compararnos con nadie, ni aceptar comparaciones. Tener bien claro que nadie es más que nadie, que somos seres únicos, formas distintas de la divinidad para expresarse, con distintas capacidades, pero con un mismo nexo. Seres cada uno de nostros absolutamente imprescindibles, en proceso de re-encontrarnos con lo que Somos.

IMAGINE (John Lennon)

Imagina que no hay paraíso,
Es fácil si lo intentas,
Ningún infierno debajo de nosotros,
Arriba de nosotros, solamente cielo,
Imagina a toda la gente
Viviendo al día…

Imagina que no hay países,
No es difícil hacerlo,
Nada por lo que matar o morir,
Ni religiones tampoco,
Imagina a toda la gente
Viviendo la pida en paz

Imagina que no hay posesiones,
Me pregunto si puedes,
Ninguna necesidad de codicia o hambre,
Una hermandad del hombre,
Imagina a toda la gente
Compartiendo todo el mundo…

Tu puedes decir que soy un soñador,
Pero no soy el único,
Espero que algún día te nos unas,
Y el mundo vivirá como uno solo.

Yo me hago desde hace tiempo pregunta: ¿se puede trasformar esta sociedad –y no dudo que la igualdad es una reivindicación de la izda–, sin emprender acciones resolutivas, con reivindicaciones y utilizando políticamente el víctimismo? ¿O acaso no estamos en la necesidad de cambiar, radicalmente, nuestra manera de pensar, de dejarnos de culpas y rearmamos realmente de valores y responsabilidad?
Para ello, lo que tenemos que hacer, inevitablemente dntiendo yo, es, para empezar, abandonar la inconsciencia en que vivimos, esa que los medios de comunicación alimentan cada día. Y no quedarnos en consignas sin contenido, como Educación para todos (que por supuesto que sí), o Sanidad para todos (que por supuesto que también), sino que, según entiendo, tendremos también que:
1º.- Pensar en educar como es debido, no en competitividad según el modelo capitalista al uso, sino en colaboración. Y aprender a hacerlo no tanto desde la mente, sino desde el «corazón».
2º.- Pensar en una Sanidad Universal, sí, pero no solo con “tiritas”, medicamentos y cirugía, sino procurando evitar los problemas desde la raíz, siendo conscientes de que debemos aprender a conocer y gestionar mejor nuestros estados de ánimo y nuestros problemas, y no delegar lo que podemos hacer y corregir en la institución, como muchos han aprendido a hacer.
3º.- Debemos dejar de justificarnos y empezar a simplificar las cosas y hacerlas según los nuevos paradigmas –en red y colaborando desde la base–, y no como quieren sigamos haciendo, desde directrices impuestas por «expertos», lo cual nos lleva a estar cada vez más divididos y seguir siendo muy fáciles de manipular, al arbitrio de su Control.
Tenemos que darnos cuenta de todo esto, y empezar a unirnos más y asumir nuestra responsabilidad en cambiar esto.