UN PODER SIN PASTORES

Nos hemos criado en la cultura del “reclamo de nuestros derechos”, y estamos obligados a cambiar. Pensar más bien ahora en qué podemos “dar”, qué podemos aportar.
Para esta nueva cultura, del “don” (ver «Economía Sagrada» de Charles Eisenstein), deberemos prepararnos y promover espacios de encuentro, donde exponer ideas y ofrecer alternativas al actual dirigismo, que no resuelve, sino que multiplica aún más los problemas.
Invito desde aquí a la gente a no quedarse callada, a analizar a fondo la forma en que hacemos las cosas.
En el terreno que me muevo, el sanitario, sufrimos muy directamente las consecuencias de lo que sucede en la sociedad, y nos exigen soluciones, rápidas (en 5 minutos), casi siempre parciales. Numerosos pacientes se presentan al médico con síntomas psíquicos o psico-somáticos, cuya raíz hay que buscarla en el tipo de vida, en los numerosos desajustes, que condicionan fricción y sufrimiento en todas nuestras relaciones. La Sanidad está montada, básicamente, para medicamentar y operar. Intervenir externamente, vamos. Nos hemos olvidado del otro tipo de intervención, el interno, personal.
Trabajamos (los que podemos hacerlo) para conseguir dinero, y nos hemos hipotecado con Bancos y «Cajas de Ahorro», “globalizadas» ahora, dependiendo ya absolutamente de ellas y otras instituciones financieras que pretenden decidir por nosotros el mejor futuro. En esto se parecen mucho a la Iglesia y otras organizaciones religiosas en general.
Perdidos y sin rumbo como estamos, nos evadimos tratando de conseguir gratificaciones espurias, fuera, sin atendernos, ni atender a nuestros sueños, a nuestra propia creatividad.
Durante nuestro proceso «educativo», en vez de respetar esa individualidad y hacerla florecer en colaboración, en ha propuesto nuestra homologación, para competir, en aras –ni Wert lo esconde ya– de la productividad social. Básicamente clones, réplicas necesarias no para armonizar y crear, sino para obedecer órdenes de quienes dirigen la maquinaria que llaman social.
Debemos, por tanto, recordar quienes somos, qué nos mueve, y salir de este letargo. Para aportar, sin miedo ni vergüenza, nuestras propias ideas, soluciones. Soluciones que cuajarán cuando consigamos esa masa crítica, de conciencia.
Pero no olvidemos hay que preparar antes el terreno, y confiar en la naturaleza sanadora de las cosas, sin hacer demasiado caso a los cínicos, que abundan.

La realidad última es evasiva, misteriosa. La física elabora sus conjeturas sobre la partícula básica, a la que unos llaman «quantum», pero que nadie sabe a ciencia cierta como es, ni su tamaño. Ni tan siquiera si existe y estamos hechos báscamente de vacío.
La partícula elemental, ese “quantum” del que se discute, en ocasiones, además, se comporta como partícula, pero otras no, sino que lo hace como onda, como si no tuviera forma física, substancia.
La realidad que somos, como el “quantum”, huye también de explicación completa desde el mundo de la física, que resulta práctica para avanzar en el conocimiento de las leyes que rigen la materia, pero insuficiente a la hora de dar explicación a los temas del alma. Esa parte inmaterial esquiva a la mente y al conocimiento erudito y que, por contra, acostumbra a manifestarse a los más sencillos, desde el silencio. Haciéndolo además como “Presencia”, íntima, manifiestamente real, inconfundible.
Escapa también, cómo no, al tipo habitual de vida “moderna”, con sus prisas y tensiones, que ofuscan la percepción de nuestra verdad, que es individual, por supuesto, pero que reconoce siempre nuestra interconexión última, y es percibida individualmente como “Presencia”.
Todas la religiones del mundo deberán ir diluyéndose poco a poco, cediendo en su intento de control de la faceta espiritual o inmaterial del ser humano, cediendo el protagonismo a la verdadera espiritualidad, a esa «Presencia» que nos Une.

RIQUEZA Y ORGULLO

Como se suele decir, no es rico el que más dinero o poder tiene, sino el que menos necesita. El que toma solo lo justo para expresarse (su ser, lo que lleva dentro) y comparte sin pretender ganancia, animando a otros a hacer lo mismo. Pues eso es lo que verdaderamente nos enriquece a todos y enriquece la vida.
Y no solo cuida de «lo suyo», sino también de «lo tuyo», de lo de todos. Pues lo que sucede a los demás, sabe, le acaba repercutiendo, tarde o temprano, también a él mismo.
Rico de veras (satisfecho por fuera, pero también por dentro) es quién no se pasa la vida compitiendo, sino que colabora y ayuda en lo que puede y considera. Que vive de forma sencilla, simplificando y procurando el equilibrio consigo mismo y con su entorno. Que no se esconde, ni esconde su responsabilidad ni su luz.
El hombre rico, auténticamente sabio, es quien ha comprendido y superado sus miedos. Sabe, además, que su tesoro nadie lo puede robar, pues no está fuera, como creen los aún ignorantes, sino en su propio interior.
Allí resiste, si es necesario, con orgullo. Un orgullo que no le pertenece a él, y que le da la fuerza para afrontar todas las mentiras y engaños de la sociedad, y seguir siendo él mismo. Confiando siempre, pues es lo único que lo enriquece, en el amanecer de una nueva y limpia conciencia.

¡Venga, familia, que esto se cambia!, y se va a cambiar no desde complejas y renovadas propuestas, sino desde la simplicidad.
Hay una cuestión, troncal, que debemos empezar a practicar, la re-unión. Pero no una reunión de gallos (egos) que creen saberlo todo, sino de gente que declina querer ser protagonista principal, que se abre a conocer, a sumarse, a aportar su talento para el famoso bien común. Un bien común que no puede construir ya más estructuras que se subyuguen al hombre, sino que deberá apoyarse en él, y confiar en su creatividad.
Hemos sido condicionados a la inversa, a ser sumisos y obedecer. El sistema piramidal nos ha penetrado hasta la médula, pues está instaurado en todos los ámbitos de nuestra sociedad, y debemos liberarnos sabiamente de su influencia controladora.
Ese mismo control, a través de la educación-adoctrinamiento nos ha hecho desconfiar de nosotros mismos, de nuestra valía personal, de nuestra competencia. Nos han hecho quizá eruditos, pero no sabios. El control, por otra parte, lo hemos visto, no libera a las personas, sino que las vuelve dependientes y cómodas.
El cambio lo tenemos que dar aquí primeramente, en la mentalidad, en la consciencia, con la recuperación de nuestra personal determinación, la que nos hace responsables. Debemos, por tanto, superar las residencias y confiar en nuestro papel, en que otro mundo no competitivo, colaborador, responsable y creativo es posible.
El ego, engreído como es, confía siempre en la complejidad de sus propuestas, pero ha fracasado. Y no podía ser de otra manera. El verdadero poder de la persona reside no en el aparentar, en tener que demostrar, sino en la convicción interna, en la consciencia, y eso misma le lleva a actuar desde la simplicidad, la sencillez, la donación de sí mismo. Una donación que no vacía a la persona, sino que la llena.

Nos sentimos en general gente minúscula. Nuestra educación pasada, basada en la culpa y centrada en nuestros defectos, más que en nuestros dones, nos ha hecho crecer con numerosos complejos.
No hemos sido angelitos del cielo nadie, eso está claro, y hemos tenido que madurar todos a través del sufrimiento, corrigiendo numerosos comportamientos erróneos, neuróticos muchos de ellos. Y aun así, nos quedan muchas cosas por cambiar, por corregir… pero aquí estamos algunos, con dos narices –a pesar de recibir tortas a veces–, intentando mejorar, con arrojo imperfecto. Prefieriendo éste a la pasividad autocomplaciente o sumisa. Comprendiendo a través de nuestros errores cada día mejor la vida en que estamos inmersos, con sus engaños; intentando ver el papel que jugamos en ella, qué podemos aportar.
Nos dejamos llevar por una voz interna que nos impele, aceptando al mismo tiempo nuestros errores, humanos, pues no siempre estamos sintonizados con esa voz. A veces nuestro canal no está del todo limpio.
Pero nos sentimos como células de un organismo, que están interrelacionadas y responden a las señales que emiten otras que, a veces o frecuentemente, no se sienten bien, que sufren.
No sería malo que reflexionáramos sobre esta imagen, y pensáramos también que cualquier elemento que compone el puzle de la existencia que vivimos tiene (ej: clonación de la oveja Doly), en sí mismo, toda la información para generar su propio ser, su propio universo.
Veo mucha gente que sufre, que se siente aislada, que no encuentra sentido a la vida, que espera que alguien externo, un Dios, lo rescate de su impotencia. El mundo actual, con sus trampas y mentiras, ha promovido esta conciencia de separación y de escasez.
Yo les diría que no esperen más fuera de sí mismos ese rescate, que está a su alcance a nada que cambién la mirada o perspectiva. Donde además ha estado siempre, indemne de los vaivenes de nuestras vidas. Que la divinidad no está fuera, sino en nosotros mismos, como una semilla que debemos explotar. En la semill está toda la información divina. Pero debemos morir a nuestro narcisismo, a nuestro ego, y abonar bien la tierra, y limpiarla de rastrojos (dependencias, cargas innecesarias,…). Un abrazo posnavideño.

El adoctrinamiento, promovido por los poderes que todos sabemos, ha dividido al ser humano por la mitad. Nos han hecho o bien exclusivamente actores (aspecto masculino, fuerza eléctrica), reprimiendo nuestra receptividad (aspecto femenino, fuerza magnética), o bien justo lo contrario, receptores, reprimiendo nuestra masculinidad.

Tendremos que trabajar duro, contra los elementos (condicionamiento social, medios de comunicación no libres, etc…) para hacer realidad la unidad que en el fondo ya somos. Que lo somos, como he dicho, no en lo mental, sino en el corazón.

Pero no debemos mirar solo hacia fuera, sino especialmente hacia dentro, donde cada uno está dividido, y ser conscientes de nuestro lado reprimido, para rescatarlo e integrarlo luego en nuestra personalidad, solo así total.

Habrá que huir, por tanto, de machismos arcaicos y, también, del nuevo feminismo, que so pretexto de “defender a las mujeres”, lo que hace es seguir enfrentando a los sexos, dividiéndolos, para controlarnos mejor. Es la trampa de un sistema patriarcal que se niega a ceder el control al ser humano y su corazón, allí donde están todas las soluciones.

Hay muchas más trampas, muchas mentiras, que deben ser desterradas de nuestro ideario, de nuestras mentes condicionadas, para que podamos ser libres y realizar esa unidad, latente, que reside no en esas mareas al uso (inconscientes), sino en nuestro corazón.

Es lo que pido especialmente hoy a mis queridos Reyes Magos. A los de verdad.

Acabo de leer una noticia en Deia que, aunque conocida, me parece especialmente significativa del estado moral en que transita la raza de los hombres, que no digo humana, pues parece evidente la falta de hermandad –este aspecto de los dineros es solo uno más–, pues vivimos como animales que se pelean, ni tan siquiera «racionales».
La noticia a la cual me refiero dice lo siguiente: “Las 300 personas más ricas del mundo añadieron durante 2013 un total de 524.000 millones de dólares a sus fortunas, que ahora totalizan 3,7 billones de dólares, según datos compilados por Bloomberg”.
Ante esta evidencia de avaricia desmedida y presunto nepotismo, tenemos dos opciones: 1ª: Seguir intentando hacer cada uno la guerra por su cuenta y capear el temporal que se nos avecina, sirviendo así de meros instrumentos, útiles inconscientes y sin capacidad de decidir el fiuturo o 2º: Sacudirnos la pereza y el miedo y empezar a organizar nuestra sociedad de otra manera, sin esperar a que «nos den», a que otros decidan.
Tomar por tanto la iniciativa y organizar (desde los pequeños ámbitos de decisión, con altura de miras y aprendiendo a aparcar los egos, poniéndonos en situación todos de ofrecer, de dar lo mejor que tenemos) no solo los aspectos de primera necesidad, sino también los de producción (para esto necesitamos valentía y, también, tomar las riendas de la política), de «Educación» (menos adoctrinadora) y de la Sanidad, aportándole un nuevo aire que la servidumbre del control externo y determinados intereses le restan.
Parecerá una labor muy difícil, faraónica pensarán algunos, más teniendo en cuenta la maquinaria de la que se dotan los ricos, sus ejércitos, policías y demás “servicios de orden y protección”, pero hay que confiar, pues una nueva conciencia está creciendo, auténticamente rebelde, que ya no fía el cambio a la violencia, sino que está preocupada más bien por extender la consciencia, el cambio de mentalidad de las personas, su contagio; por conseguir esa masa crítica que comenzará, no lo duden, a mover la rueda en otro sentido, que colaborará a dar la vuelta completa a esta situación de engaño general, y en la mayoría de los aspectos en que vivimos. En que, más bien, la servidumbre a los intereses creados, nos ha condicionado a vivir.

Estamos centrados en «mirar por nuestros derechos», y necesitamos subir una octava. Tomar postura, adoptar una actitud distinta, de dar. Sin llevar cuentas. Perdonarnos e ir sacando todo lo que llevamos dentro. Sin miedo.
Un buen ejemplo lo tenemos, hace ya más dos mil años, en la sociedad esenia, donde creció Jesús. Allí funcionaban mediante el «trueque». Pero no un trueque de yo te doy algo para que tú me des el equivalente, sino: yo ofrezco lo que soy y tengo a la comunidad y recibo y cojo solo lo que necesito.
Una comunidad que crece con esa conciencia, desde los barrios y pueblos pequeños, que aprende a poner en común, a organizarse en red, a no llevar cuentas del pasado, pues cada día empieza como una hoja en blanco, que supera sus complejos, que comprende sus egos y satisface las necesidades de sus miembros, alimentando sus sueños, es, será en un futuro, esa Comunidad Consciente que veo en mis sueños
¡Feliz 2014, Año del «corazón»!

La mayoría de la gente vive desde una dimensión robótica, sin darse tiempo apenas a la reflexión, reaccionando sin más como lo podría hacer un robot.
Transitamos por la vida, mirando siempre al reloj, con la sensación de condena de vivir al albur siempre de las circunstancias, al ritmo que imponen otros.
Sin la consciencia necesaria, somos carne de cañón y respondemos a una programación vieja, instalada en la más tierna infancia, cuando somos fácilmente programables, adoctrinables.
Pero el problema no es tanto mecanizar las respuestas que damos, ya que esto, en ocasiones, nos facilita las cosas, como trasformarnos en «máquinas». Una «máquina» que toma el mando absoluto de la persona, que en vez de servirle, pasa a servirse de ella para otros fines.

El antídoto lo conocemos ya todos, vivir el «aquí y ahora», pero hay que practicarlo cada día para que nos pueda ser útil. Aprender a vivir con pausa mental y consciencia de nuestros actos.

La solución a nuestra problemática global, que diríamos, debe empezar por lo individual, por recordar lo que somos y a qué hemos venido. No nos lo pueden decir otros, los «expertos», sino que somos nostros mismos los que debemos dar con las soluciones. Que pasan por recordar nuestros sueños, recuperar el sentido de nuestros trabajos. Dejar, al fin y a la postre, de adorar al “becerro de oro”, que pretende saberlo todo, pero que conocemos muy bien cómo nos tiraniza.