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14

septiembre 2020

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La Justicia y el covid

Publicado por , Posteado enOpinión

Los funcionarios son unos vagos, dicen. Empecemos por bajarles el sueldo, continúan. En época de crisis es fácil acordarse de esos seres tan odiados que chupan del bote y se nutren de un sistema burocrático obsoleto y arcaico. La culpa es y será siempre de los funcionarios. Poco importan esos años de juventud a la luz de un flexo, memorizando sin parar, tomando pastillas para combatir los nervios y la ansiedad, enfrentándote a un examen en la que compites con miles de aspirantes por ochenta míseras plazas; el esfuerzo, las lágrimas, el enorme sacrificio tanto físico como económico. Eso da igual. Y tampoco los culpo. Como funcionaria de justicia que apenas lleva dos años en el cuerpo, reivindico mi derecho a quejarme.
Me quejo por una Justicia no tan justa como debiera y demasiado jerarquizada, clasista y colapsada. Me quejo porque a ningún gobierno le conviene invertir en un poder al que interesa tener controlado. Me quejo por la ingente cantidad de leyes que, a golpe de telediario, se dictan en este país. Me quejo por la falta de modernización de una Administración en la que es casi imposible teletrabajar porque todo se imprime y se guarda en estanterías. Me quejo por la ineptitud de muchos de sus trabajadores que se siguen creyendo intocables por el hecho de tener una plaza. Me quejo por la falta de productividad que ni incentiva ni castiga al buen o mal funcionario. Me quejo porque cuanto más asciendes en esa cúpula divina que es la judicatura, más incompetentes y vagos y carentes de escrúpulos te encuentras.
Ilusa de mí que llegó un día a los Juzgados de Plaza Castilla con ganas de comerse el mundo y cambiar, de algún modo, este sistema tan absolutamente ineficaz. Papeles y más papeles amontonados en la cima de los derechos de los ciudadanos de un país, que no nos engañemos, ya estaba bastante enfermo antes de todo el rollo este de el Covid. Un país tan sumamente corrupto, envejecido, gobernado por viejas glorias, canalla y un largo etcétera de todas las palabras castizas con las que se nos conoce mas allá de nuestras fronteras, que tuvo que llegar una pandemia mundial de tamaña magnitud, para poner de manifiesto todos los defectos y las lacras sociales, para dejar a la luz las cicatrices de heridas todavía no curadas. Una pandemia que a todas luces ( o a las que le faltan a esos politicuchos de tres al cuarto) pone en evidencia la mala gestión de las inversiones públicas: Una sanidad rota y colapsada que apenas se sostiene por el trabajo extenuante de los sanitarios, que pagan con su sudor una nefasta política de recortes. Una educación que ni educa, ni enseña, en donde los niños del mañana no son más que caprichosos y malcriados infantes con una bajísima tolerancia a la frustración, criados bajo el ala de padres más ineptos todavía: El producto de lo que será una sociedad fracasada. Un país de triquiñuelas y cajas B. Un país en el que los tres poderes del Estado se resumen en uno solo: Poder ejecutivo que lo único que hace es ejecutar comentarios en Twitter y arrimarse a sol que más calienta, sin pensar de forma crítica y sin capacidad para tomar decisiones que, aunque impopulares, favorezcan a la gran mayoría. Un poder ejecutivo que se alimenta de personas incapaces de mirar más allá de sus propias ignorancias, de su enorme ombligo. Políticos de portada ( pero de portada de prensa rosa) que llenan noticias por el valor de sus casas, por el tono improcedente de su voz o por las posibles ilegalidades de su partido. Políticos y políticas, de léxico indefinido, tan indefinido como sus palabras que nunca entiendes y jamás dicen nada más allá de lo que pretenden decir, palabras vacías como sus cerebros de chorlito. Esos niños inmaduros, nuestros políticos de pacotilla.
Países abocados al fracaso de una sociedad que no hace nada por frenar esa tormenta imparable de privaciones de derechos, de ruina (y no solo económica), de atraso, de sueños rotos, de ignorancia y mediocridad. Un País privado de todo aquello por lo luchó una generación más valiente que nosotros, más concienciada y menos egoísta.
Y la Justicia de la que solo nos acordamos cuando nos falta, pues ahí esta: Cada vez más pobre, cada día más saturada, cada año más hundida. Pero que voy a decir yo: A Santa Bárbara cuando truena.


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