Del libro “ESPAÑA. Melones y Cucurbitáceas”)

Entre los mayores corría el dicho “A burro muerto cebada al rabo”.

La traducción sería que después de haber consentido el equívoco vienen a poner trabas.

Quienes estuvieron desde el primer momento en contra de la instalación del tranvía tenían muy claro los daños de bolsillo y colaterales que se avecinaban.

Zaragoza era… Una Ciudad acomodada al gusto de los zaragozanos. Con su pequeño pulmón verde haciendo isleta que separaba Gran Vía del Paseo de la Independencia.

La Plaza de España consideraba lo justo en aceras. Ahora espacios infinitos impiden que aparte del Tranvía en sentido Coso Alto no circulen coches ni autobuses lo que trae enfadados a taxistas y usuarios del autobús que han visto llevadas en desvío las líneas y desbaratando el centro. La salida de un garaje (supuestamente de pago) obliga a los coches a dar el giro y tomar carrera hacia el Paseo de Independencia.

Correos. Punto de referencia para quedar; ya no está comunicado para quienes de barrios desean hacer al mismo tiempo sus compras. Lo mismo ocurre con el Mercado Central al que te dejaba en la puerta y… ¿Ahora…? Cárgate con la compra hasta la ribera.

¿Qué decir de los espacios del trazado donde está instalado césped?

Calvas donde el agua mana.

Lo que algunos entendieron por “cansino” era lo que vengo denunciando en este medio “cartasaldirector.com” donde deberían consultar tertulias como la Tertulia Fernández de Heredia”. A la que felicito por despertar.

Tranvía-Bicicletas. Tándem gigante con pies de barro que debieron haber tratado con pies de plomo. Aunque dicho sea; los inductores son los representantes del ayuntamiento zaragozano y siguen sin enterarse.

¡Subir una bicicleta en el tranvía! Otra de las raras componendas que no se entiende. Una bicicleta es para ir por calle no en tranvía. En tren es otra cosa pues paga por el traslado lo que no hacen en el tranvía de Zaragoza.

La Municipalidad no está en las ondas de lo que ciertos ciudadanos con sentido común les adelantaban. Y el problema es…

Que siguen con su errar… errar.

Lo desproporcionado del gasto. Los carriles de Polonia que nada dieron en beneficio a la industria zaragozana. El sin sentido cuando (me reitero) un tranvía se estropea e impide continuar recorrido (esto no sucedía con los autobuses era reemplazado). El subvencionado costo del billete pues de su natural resulta más caro. ¡Cierto! También la Empresa de Autobuses cobraba extras y en ocasiones (por tratarse en kilometraje) los autobuses vacios hacían ronda en los aledaños del Barrio de la Paz. Lo que no era ortodoxo y seguían sin ver nada desde el Ayuntamiento.

¡Mire y pase!

¿Desde cuándo han pensado en los invidentes?

Zaragoza ¿Acaso necesitaba el tranvía?

Una ciudad necesita mejoras sociales y el tranvía está resultando lo contrario.

¡Dicho! 22 Septiembre de 2013

Carmen Amigó y Pérez-Mongay

(Del Libro “ESPAÑA. Melones y Cucurbitáceas”)

¿Riego en exceso?

¿Acaso está cediendo el terreno?

La afección a las vías puede no ser tal. Pero ya da la sensación del trabajo a medias.

Una empresa que deja mucho que desear… Fuera la imposición por parte del Consistorio Zaragozano del Tranvía. Con su implantación millonaria. Y dejando a sectores de barrios deservidos.

En cercano presente; el Ayuntamiento de Zaragoza intenta que los recorridos que aun daban servicio (con incontables desvíos) por el sistema de autobuses. Darles corte y recorte. Y mandar parte de la flota (y sus choferes) al apeadero.

El autobús; caso de quedar estropeado, era cuestión de apartar el vehículo, y reemplazarlo por otro. Cosa que no sucede con el Tranvía. Que en caso de fallo queda la circulación interrumpida rato y rato.

Los vecinos de calles anteriores a Embarcadero cuentan sus desventuras desde que el moderno y nada práctico tranvía hizo aparición y desbancó a los autobuses. Quedando en luengo la lejana avenida teniendo que desplazarse hasta ella. Y aquí no cuenta la edad. Siendo una población con solera.

En fin ¡patatas en latín!

Que al roto le ronda sima. Que es más que agujero.

¡Césped sí! Césped con calvas.

Carmen Amigó y Pérez-Mongay