Andalucía vibra, llega la Semana Santa
Publicado por rafagutierrez, Posteado enOpinión
En la vida todos los días tenemos y podemos aprender cosas nuevas y en este sentido, dada la riqueza de nuestra Semana Santa, al ver una procesión podemos aprender muchas, muchas cosas; muchas y muy buenas cosas, dado el valor: artístico, tradicional, religioso, costumbrista, emotivo, sentimental, fotográfico … de nuestras magnas procesiones.
odemos aprender a descubrir la oración callada y silenciosa del: penitente, del costalero y de muchos hombres y mujeres que contemplan el cortejo entre la bulla; hay muchos corazones palpitando y llevando al cielo el incienso de su oración anónima. Oración: por un enfermo, por un hijo, por una situación comprometida, por la paz tan necesaria ahora y siempre, por el paro … Es un murmullo de sentimientos profundos y constantes que conecta nuestra vivencia con nuestro Dios, a través de nuestra Sagradas Imágenes.
Cuantas penas propias y ajenas llevan a cuestas los penitentes, cuánto dolor contenido y expresado, cuántas lágrimas escondidas tras el antifaz o caperuza, cuantos: “Señor y Dios mío” que recorren la comitiva en un rosario de oración continuado e intenso.
Y junto a la oración la saeta; saeta, improvisada o prevista, pero siempre llena: de encanto y de arte, de música y de solemnidad, de poesía, de palabras vivas y ardientes, y todo con vibración cofrade, con emociones que se multiplican: hasta alcanzar el llanto, hasta alcanzar el aplauso, hasta alcanzar la sincronización de corazones que: sienten, expresan, viven y aman.
La saeta: es esa oración intensa que atraviesa el corazón, es esa petición viva, es ese destello de humana grandeza dirigido al amor divino.
Y qué decir de esos penitentes de cruz; esos penitentes que portan la cruz a semejanza y por amor a Cristo, y ofrecen ese dolor por tantas y tantas cosas; es la oración de un cuerpo que acaba: rendido, abatido y atribulado.
Es el viacrucis del Señor que se hace presente por nuestras calles, es el cortejo que acompañó a Cristo en Jerusalén hace 2000 años.
Y como explicar el amor de los costaleros y el rachear uniformado de sus zapatillas y el sello de su costal sobre su espalda dolorida; y como expresar el aroma inconfundible del incienso, el olor a azahar de la primavera recién comenzada, la voz ronca del capataz, el murmullo de los miles de personas: que ven y que oyen, que hablan, que rezan, que contemplan atónitos la magnitud humana y espiritual de un cortejo que se hace aún más vivo en nuestro propios corazones
¿Y el niño? el niño llora cansado porque todavía no entiende. ¿Y el viejo? él y ella buscan ese asiento cercano para reposar sus pies doloridos. Y todos, todos: unos y otros, sienten viva la fuerza de la tradición.
Los jóvenes: rezan y se divierten, cada uno según su forma de entender, pero todos descubren en sus Imágenes: una belleza nueva, un matiz distinto, un detalle, una cualidad, un encanto que les hace ver y ver sin que sea necesario el descanso.
Es Dios que ha venido a visitar nuestras calles y todos están allí: unos para ver, otros para rezar, otros para amar, otros para pasar el rato viendo en la bulla callejera la riqueza contenida en nuestras tradiciones centenarias
¿Y tú? Tú, no te quedes en tu casa, ¡tú sal!, sal pronto a la calle para contemplar la escena, participa como actor imprescindible de tan magno acontecimiento.
Y si sabes rezar: reza; y si sabes cantar: canta; y sí sabes y quieres amar: ama; pero no te quedes indiferente: vibra, entusiásmate, caldea tu corazón, llena de fuego tu alma, pues Dios, tu Dios y el mío, están pasando y María su Madre llora, y tú que necesitas ver para sentir, pues mira y siente, descubre la maravilla. Después descansa en la paz de la maravilla contemplada, descansa en la vivencia de sentimientos hondos.
Y para finalizar mira el cariño, aquí hay mucho, mucho cariño, y mira los pétalos de rosas caer sobre tu Madre: María. Mira, ella es María. Mira el amor grande de una semana grande; de una semana grande en la que todos callejeamos inquietos, buscando quizás un cielo nuevo o una luz eterna