6D: La Constitución inconexa
Publicado por galdo-fonte, Posteado enOpinión
Cuando la actual Constitución no se cumple, ni los poderes públicos garantizan los derechos que proclama, la duda es saber entonces que carajo se ha de celebrar el día 6 de diciembre
Si de origen toda Ley de Leyes se elabora con la finalidad de convertirla en la herramienta de estructuración jurídica del Estado, éste además de competente, ha de estar preparado y adaptado debidamente, y para que esto ocurra es imprescindible contar con el parecer de los ciudadanos que conforman el grueso de la sociedad, atendiendo igualmente a su diversidad, su singularidad y todo lo circundante con su propia idiosincrasia; aspectos que en modo alguno fueron considerados a la hora de confeccionar la Constitución de 1978, que precisamente, se redactó desde el exclusivismo de las formaciones políticas, por y para ellas mismas, con total exclusión participativa de una ciudadanía que siendo utilizada políticamente cuando interesa, en este caso, no solo se la situó al margen de toda intervención sino que mismamente fue tratada como si de un colectivo perturbador se tratara.
Y de aquellos mimbres estos cestos, no pudiéndose producir por tanto otro resultado que una Carta Magna de inútil funcionalidad para el interés general, que sin embargo, proporcionó favorables resultados en los intereses de los autores intelectuales de la misma, es decir, de los dos partidos políticos que en alternancia vinieron a conformar la alcurnia del poder, a través de prácticas constituyentes poco ortodoxas que dieron al traste con el principio fundamental que debe preservar todo marco constitucional que se precie, colando así en su contexto una versión adulterada y aleatoria de la separación de poderes, para así, poder ejercer libremente la colonización bipartidista del régimen, aun cuando tal desatino restó eficacia a su contenido a la vez de generar degradación en el funcionamiento de las instituciones y por derivación en la marcha del sistema, cuyas consecuencias repercutidas, no fueron otras que la proliferación de la corrupción y la total ausencia de democracia.
Ello es la causa de que la actual Constitución sea un todo inservible, por pésima, obsoleta e inoperante, y por tanto, razón sobrada para desecharla y afrontar un Nuevo Proceso Constituyente que permita iniciar en el país una etapa de auténtica democracia, al margen del esperpento que llevamos padeciendo por imperativo de la casta política, para así, desde un vuelco a la situación poner las instituciones al servicio del pueblo, y con ello, dejar sin efecto el trato preferente otorgado a los intereses de la élite económica de filiación franquista, y desde esa premisa, partiendo de la separación efectiva de los tres poderes del Estado, tras el correspondiente debate y participación popular culminar con la elaboración y ratificación de una Nueva Constitución.
Sabido es que un proceso constituyente difiere en lo sustancial de una reforma constitucional, y no tan solo en lo referente al alcance y magnitud del cambio, sino especialmente, por el diferente protagonismo que ejercen los ciudadanos entre uno y otro escenario, pues mientras en la reforma constitucional su papel se limita a pronunciarse sobre un contenido ya concertado, el proceso constituyente requiere de su función protagonista y de su participación activa, correspondiéndoles a ellos por tanto, decidir quién y cómo debe cambiar la Constitución, y todo esto remitido al uso de su libertad y su conciencia.
Cuando el malestar ciudadano deja traslucir el derrumbe del modelo de Estado, ni cabe espacio para el despiste ni mucho menos margen para los errores
Por tanto, ahora cuando se cumplen 36 años desde la ratificación en referéndum de la que fuera norma suprema del ordenamiento jurídico del país, asumiendo que el paso del tiempo transformó su contenido en el mayor engaño sufrido por el pueblo español en toda su historia, la reacción en primer término no debe presentar duda alguna toda vez que la reconducción de la situación pasa inexorablemente porque los ciudadanos optemos por tomar el relevo jerárquico en aras a cambiar la degradante realidad que estamos a vivir, pues o bien decidimos ser los protagonistas del cambio necesario liderando un proceso constituyente, o asumimos como hasta ahora la tutela de una minoría dedicada a defender en preferencia los intereses espurios del séquito pudiente.
Y así, cuando el malestar ciudadano deja traslucir el derrumbe del modelo de Estado, ni cabe espacio para el despiste ni mucho menos margen para reproducir errores, habiendo de concluirse que en la actual coyuntura la Carta Magna vigente tiene agotado su recorrido, siendo obligado arrancar ipso facto con ese auténtico proceso constituyente que más allá de adecuarse a composturas o giros constitucionales, cancele toda conexión con el pasado al efecto de articular sin dependencias un procedimiento que conforme el marco, social, económico y político más igualitario, equitativo y esencialmente democrático.
Siendo necesario para alcanzar el objetivo previsto, generar la hegemonía social conveniente sin que la legitimidad del referido proceso constituyente pueda radicar en el poder político implantado en razón a su baja intensidad democrática, a su tendencia bipartidista y a su notoria exclusión hacia la participación ciudadana, resultando recomendable en buena lógica, mas que celebrar el día de la Constitución, aprender de los errores y de la experiencia de aquel diciembre del 78.